Quien siembra vientos...

Nos adentramos en Cuenca, una ciudad con una gran historia a sus espaldas. Todos y cada uno de sus rincones incitan a volar a la imaginación y a descubrir sus secretos más profundos e intimidantes.


Esta ciudad es la cuna de innumerables leyendas que llevan contándose a las nuevas generaciones siglos y siglos. Sobre sus muros, se ciernen todas ellas y al adentrarnos en su interior, nos dan paso a descubrirlas. Hoy, os voy a contar la leyenda de la cruz del diablo.


Esta historia tiene su origen en la Ermita de la Virgen de las Angustias. Se dice que allá por el siglo XVIII había en Cuenca un joven llamado Diego, hijo del Oidor de la ciudad. El muchacho era muy apuesto y lo que más le gustaba era disfrutar de la fiesta y cortejar a todas las mujeres que pudiese. Sin embargo, una vez conseguía acostarse con ellas, las abandonaba.


Así estuvo años y años, destrozando los corazones de las jóvenes doncellas hasta que un día de verano, apareció en el pueblo una chica que respondía al nombre de Diana.
La muchacha vestía un bonito corpiño. Sus ojos eran del color del azabache y su cabellera larga hasta la cintura. Todos los hombres que la vieron quedaron prendados de su belleza, incluído Diego.


El joven estuvo cortejando a Diana día tras día durante muchísimo tiempo, pero sus acciones nunca tuvieron el éxito deseado. Lo único que pudo obtener de Diana fue su amistad.Sin embargo, una mañana Diego recibió una nota. El remitente estaba a nombre de Diana. Más veloz que un rayo, abrió la carta y pudo leer en su interior que la joven le citaba esa misma noche, la noche de difuntos, en la puerta de las Angustias, justo al caer el sol.


Para Diego, las horas fueron eternas hasta que por fín llegó la noche. De pronto, comenzó a llover y a tronar, una tormenta se cernía sobre la ciudad de Cuenca. Sin embargo, nada sería capaz de parar las ansias que Diego sentía por ver a Diana. La joven le estaba esperando en el paraje de las Angustias con un fastuoso vestido.


Nada más verse, los amantes, comenzaron a besarse bajo la lluvia, sin importarles la borrasca que tenían sobre ellos. El joven, empezó a deslizar sus manos por debajo de la falda de Diana. De pronto, al levantarla, un escalofrío inundó todo su cuerpo, ya que no encontró piernas debajo de ella, sino dos patas de macho cabrío.


El joven languideció y aterrorizado salió corriendo despavorido. Diana, reencarnada en el mismísimo Lucifer, comenzó a perseguir al muchacho. Se dice, que las carcajadas que salían por la boca de Diana, eran más fuertes que los truenos de aquella noche y resonaban por toda la ciudad.


Diego llegó corriendo a la entrada del Convento de los Franciscanos Descalzos cercano a la ermita donde se encontraban él y Diana. En el patio del convento, había una cruz de piedra. Y es aquí querido lector en el que el camino se bifurca, ya que existen dos finales alternativos.


El primero de ellos cuenta cómo el joven se agarró a la cruz justo cuando el diablo se abalanzaba sobre él. Un zarpazo pasó por encima de la cabeza de Diego, dejando en la figura de piedra una marca grabada. Al tocar la cruz, el diablo desapareció tras un grave estruendo acompañado de relámpagos. Se dice que tras tal desafortunado suceso, el joven ingresó en el Convento de los Franciscanos Descalzos y nunca más se volvió a saber de él.


El segundo final explica cómo Diego, huyendo despavorido al ver que Diana era el demonio, se encaramó a la cruz y cuando la tocó, su mano quedó petrificada en ella. Fue en ese instante en el que el alma y la vida de Diego quedaron atadas a las tinieblas. De esta forma el muchacho nunca podría volver al camino de la luz.


Y allí, en la puerta del antiguo convento situado en la preciosa ciudad de Cuenca, podemos ver a día de hoy la cruz protagonista de este cuento.


Esta es pues, la historia de nuestro querido Diego. Un joven cuya vida dio un drástico giro convirtiéndose en una pesadilla. Pero, ¿por qué, qué pasó para que el final de la historia fuese este y no otro distinto?
Considero que para concluir esta leyenda es necesario hablar sobre lo que a día de hoy denominamos "karma".


En mi humilde opinión, todos nosotros somos los únicos responsables de nuestras acciones. Actuar de una determinada manera u otra, trae consigo unas consecuencias de las cuales solo nosotros somos dueños. En este caso, Diego decidió vivir una vida frívola sin ataduras ni responsabilidades y fue eso lo que le supuso su perdición.


Nos guste o no, el pecado genera su propio infierno y la bondad recrea su propio cielo. La historia ha de repetirse hasta que las personas seamos capaces de aprender a cambiar nuestro camino y mejorarlo.


Y como bien dice el refranero popular, aquel que siembra vientos, recogerá tempestades.

Por Ángela Taltavull