Sólo el viento

Sólo el viento había llegado tan lejos. Hasta ahora su brisa azarosa era la única capaz de tomar a toda la humanidad de un soplo. Hoy el Corona es el drama internacional e intergeneracional mas grande que mi corta vida me ha permitido presenciar. Como ese viento primero, la bolita de RNA se cuela de un soplo al otro. Dulces y largos sueños hemos de guardar a la espera de la conclusión de este capítulo. Amargas jornadas y luto blanco.

Remaremos.
En cualquier dirección.
La barca zozobra y muerde el agua,
pero seguiremos remando.

Sólo el mar fue tan inmenso. Amar la única palabra que sostiene el verso de la fiebre y la apatía. Sólo el mar fue tan pérfido. La enfermedad dejó cuerpos en la arena, la marea trataba impotente de llevárselos entre sus dedos de espuma.

Se sitie la ciudad del miedo. Un asedio eterno al eterno incendio que el viento aviva. Beba nuestra duda, confinada en la más pequeña de las habitaciones, del resto de dudas.

¿Qué rastro queremos dejar? ¿Qué palabra es esa que deseas grabar en la pared de esta caverna? ¿Cómo la leerán los que desde el próspero futuro observen la crisis del 2020 desde sus sillones de nube y sol?

El reloj no cambia, pero el sonido pesa sobre los ojos del que vive encerrado en una jaula. El reloj no cambia y su redondo retorno desata el caos en pueblos, villas y ciudades.

Sólo el viento había llegado tan lejos. Sólo él, hasta que llegó el rey sin cetro ni toga. Fue el encuentro casual entre dos jóvenes amantes de la ciudad de Wuhan, el beso único y furtivo... Gesto que colma hoy este mundo hiperpoblado de abrazos no dados y de cuerpos ocultos a la extraña primavera.





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Por Juan Cabrera