Let me entertain you

Empecé a pensar este artículo unas semanas antes del coronavirus dichoso. Entonces, nuestro mundo andaba más pendiente de lo que hacían un grupo de parejas en una isla remota que del número de contagiados en China.

Yo procuraba mantenerme aislado de La isla de las tentaciones porque me parecía, de base, desde su planteamiento inicial, una mierda de programa. Al menos desde un punto de vista humano. Lógicamente, desde el punto de vista televisivo y de provocar morbo, como estrategia para encontrar espectadores, tenía todas las de ganar. Reconozco que al final hubo una noche que vi un trocito del programa, aunque solo fuera para ver cómo discurría. Y pude confirmar lo que ya suponía. Era bazofia.

Cuando a comienzos de los 2000 apareció Gran Hermano (GH) en TeleCinco, todavía hubo quien lo vendió como un experimento sociológico. A ver qué pasa si metemos a unos cuantos desconocidos confinados en una casa. Un año después apareció Operación Triunfo (OT), que también tenía su parte de ver a unos desconocidos en una casa, solo que estos por lo menos cantaban. Pero nos enganchó eso de poder mirar por un agujerito a ver qué hacían.

Recuerdo que mis padres no me dejaron ver GH -ahora se lo agradezco- porque decían que "se te van a consumir las neuronas". Una manera sutil de decir que aquello era una porquería y podía fundir los cimientos de mi sistema moral, moldeado durante años por ellos. OT sí lo veíamos, pero solo mientras cantaban. Cuando aparecía la parte de qué tal les había ido la semana, mis padres quitaban el volumen a la televisión y leíamos el periódico o charlábamos.

Ahora que han pasado casi veinte años de todo aquello, parece mentira que la oferta de programas de telerrealidad (los realities) se haya multiplicado tanto. Ya no nos creemos lo del experimento sociológico. Ahora sabemos que está todo medio guionizado (me lo confirman amigos que trabajan en el medio). Y aun así, ahí tenemos millones de espectadores cada noche. Y otros tantos que siguen el circo que rodea a todos ellos. 

Porque uno puede abstraerse de ver el programa, pero entonces tienes las diferentes ediciones de Sálvame en las que comentan el programa y llevan a sus participantes a seguir dando que hablar; tienes las portadas de las revistas de cotilleos con supuestas exclusivas sobre la vida privada de los mismos; tienes otros realities alimentados con personajes -porque al final se convierten en su propio personaje- de estos programas. Cuando anunciaron la más reciente edición  de Supervivientes, leí en una lista el grupo de participantes y no conocía a ninguno, lo cual me alegró. Todos pertenecían al circo creado por Mediaset. Todos eran exconcursantes de tal programa (véase Hombre y Mujeres y Viceversa), el exnovio de Fulanita la de GH, la examante de Fulanito el de La isla de los famosos...

Pero lo peor de La isla de las tentaciones, como decía al principio, es su planteamiento original: llevamos a supuestas parejas supuestamente asentadas a una isla y encerramos a cada parte en una casa con una serie de supuestos pretendientes cuyo objetivo es ligarse a la persona supuestamente comprometida. Empeñado en no verlo, no pude resistirme a leer algún artículo sobre el programa y comprobé cómo todavía alguno de los pretendientes decía "yo respeto que estés con tu pareja, pero yo voy a hacer todo lo posible para que te vengas conmigo". Joder, pues no estás respetando que tenga pareja... De hecho, te lo estás pasando por el forro.

En otra ocasión leí que una concursante que finalmente le había sido infiel a su novio decía: "yo le quiero mucho pero cuando sientes la llamada de la naturaleza no puedes negarte". Efectivamente, si eres un animal salvaje no puedes, eso se llama instinto. Pero es que nosotros somos seres humanos y tenemos unas cosas que se llaman voluntad y razón. Y sirven para frenar los impulsos animales (que un poco animales también somos). Lo que pasa es que esa voluntad se educa y educación no es precisamente lo que se busca en los concursantes de este tipo de programas...

Reconozco que me da miedo que los adolescentes vean este tipo de programas -que los ven- y acepten lo que ahí sucede sin tener una visión crítica. Me asusta que piensen que ese tipo de relaciones son normales porque luego puede que lo reproduzcan en su vida personal. Entonces se volverán personas desgraciadas, sin empatía ni respeto por los demás ni por sí mismos.

The show must go on
Igual tenía que haber titulado así este artículo. El caso es que efectivamente el espectáculo no debe parar. Queremos estar entretenidos. No queremos tener tiempo de pararnos a pensar. Nos han estado educando en eso. Y si no, fijaos: hace tiempo que Netflix y otras plataformas de televisión ofrecieron la posibilidad de hacer que sus películas y series fueran un poco más aceleradas, a petición del usuario. Ya no aceptamos lo que no va rápido. Lo queremos todo ya, cuando nosotros digamos. Esperar es de pobres. Pensar es lento.

Y en medio de todo esto llega una pandemia que nos obliga a estar en casa todo el día. Ahí donde el tiempo pasa lento. Conviviendo o solos por completo. Pero sin salir. Con Netflix, sí, y el móvil. Y TeleCinco, sí, pero con parte de su podrida oferta anulada por el coronavirus, por suerte. Y de nuevo, en la primera semana de confinamiento nos llegan cientos de mensajes con otras tantas ideas para estar entretenidos; tantas que casi no tenemos tiempo de hacerlas todas.

Pero a la fuerza vas a tener tiempo de no hacer nada. ¡Nada! ¡Dios mío! A ver si vas a acabar leyendo, escuchando la radio, incluso pensando...

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Por Fernando Santos