La ceguera del amor


No hace mucho, un gran amigo me contó una historia maravillosa acerca de por qué el amor es ciego y su compañera es la locura. 

La historia dice así:


Hace mucho mucho tiempo, se reunieron en un recóndito lugar de la tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. 


Cuando el Aburrimiento ya había bostezado por cuarta vez, la Locura, tan enajenada como siempre, les propuso a todos los demás jugar al escondite. La Intriga arqueó la ceja y la Curiosidad, sin poder contenerse preguntó: ¿Al qué…?


Es un juego – explicó la Locura – en el que uno de nosotros debe contar hasta cien mientras que los demás buscan un buen escondite. El primero que sea descubierto, deberá comenzar la cuenta de nuevo y así sucesivamente.


El Entusiasmo comenzó a bailar seguido por la frívola Euforia, la Alegría estaba tan emocionada que consiguió convencer a la dudosa Duda, e incluso a la Apatía a la que nunca le interesaba nada le pareció una gran idea. Sin embargo, no todos quisieron jugar. La Verdad prefirió no esconderse… ¿para qué?, si al final siempre la encontraban. La Soberbia opinó que era un juego muy tonto (realmente lo que le molestaba era que la idea no se le hubiese ocurrido a ella) y la Cobardía prefirió no arriesgarse por si acaso sucedía algo malo. 


UNO, DOS, TRES… comenzó a contar la Locura


La primera en esconderse fue la Pereza, que como siempre escogió la primera opción, una piedra cercana a donde estaba la Locura. La Fe subió al cielo y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo, que con su propio esfuerzo pudo lograr subir a la copa del árbol más alto del bosque. La Generosidad no conseguía hallar un escondite para ella, ya que cada uno de los que encontraba le parecía perfecto para cada uno de sus amigos. Que si un lago cristalino ideal para la Belleza, la rendija de un árbol perfecto para la Timidez, el vuelo de la mariposa, estupendo para la Voluptuosidad e incluso una suave ráfaga de viento magnífica para la Libertad. Tras muchos intentos, la pobre Generosidad terminó por ocultarse en un rayito de Sol. 


En cuanto al Egoísmo, (ay, pobre de él) encontró un sitio ventilado y cómodo, pero exclusivamente para su uso y disfrute. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (mentira, en realidad se escondió detrás del arco iris) y la Pasión y el Deseo decidieron refugiarse juntos en el centro de los volcanes. El Olvido… he de decir que se me ha olvidado por completo donde se escondió…


Cuando la Locura estaba terminando de contar, el Amor aún no había encontrado un sitio para esconderse, ya que todos habían sido ocupados por sus amigos. De pronto, divisó un rosal y, estremecido por la belleza de este, decidió esconderse entre sus flores. ¡Y CIEN!, terminó de contar la Locura y comenzó a buscar... 


La primera en aparecer fue la Pereza, detrás de la primera piedra. Después se escuchó a la Fe debatiendo con Dios en el cielo sobre Teología. Y la Pasión y el Deseo, se sintieron en el vibrar de los volcanes. En un descuido la Locura pudo encontrar a la Envidia y así pudo deducir donde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solo salió disparado de su escondite ya que este había resultado ser un nido de avispas. 


De tanto caminar, la Locura sintió sed y al acercarse al lago descubrió a la Belleza. A la Duda le resultó muy sencillo encontrarla, ya que aún no había decidido donde esconderse y se encontraba encima de una cerca decidiendo hacia qué lado irse.


Así fue encontrando a todos, uno por uno. Al Talento entre la hierba fresca; la Angustia en una oscura cueva, a la Mentira detrás del arco iris (mentira, si ella estaba en el fondo de los océanos) y hasta al Olvido… que ya se le había olvidado que estaba jugando al escondite y se había recostado para echarse una siesta. Solo le faltaba encontrar al Amor, pues no aparecía por ningún sitio... 


La Locura buscó detrás de cada árbol, debajo de cada piedra. Subió hasta el cielo y bajó hasta el fondo del mar. A punto estaba de darse por vencida cuando a lo lejos divisó un rosal. Al verlo tan bello, decidió mover sus ramas y ver si el Amor se hallaba escondido en él. De pronto, se escuchó un grito agudo de dolor, las espinas habían herido los ojos al Amor. Tras el fatídico suceso, la Locura no sabía qué hacer para disculparse. Lloró, rogó, imploró y pidió perdón, pero nada de eso sirvió, nada podría devolver al Amor la vista. De repente, la Locura tuvo una idea, prometió al Amor ser su lazarillo y no soltar nunca su mano.


Desde entonces… desde la primera vez que se jugó al escondite, el Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña. 


El amor es un concepto muy difícil de definir y de comprender. A mi me gusta relacionarlo con el baile, diría que es algo así como bailar un tango: uno se deja llevar en ocasiones mientras el otro controla la situación y viceversa. En definitiva, es una prueba de esfuerzo, afinidad y confianza plena. 


Al contrario que muchas otras ideas, considero que el amor debe aportarnos paz y alegría pero nunca dolor y sufrimiento. Bueno, más que alegría, la palabra mágica sería felicidad. Debemos disfrutar de nuestra existencia y conseguir ser felices, siempre y cuando no caigamos en la estúpida idea de creer que alcanzar la felicidad consiste en reírse a todas horas. 


Me gusta creer que el amor es aquella brasa que queda encendida después de la chispa que provoca la pasión. Siempre he creído que amor y pasión han de ir de la mano. Es cierto que en muchos casos se distacian y no vuelven a encontrarse, pero debemos aprender de las diferencias que los separan para comprender que aquello que los une es mucho más fuerte y valioso. Tenemos que aprender y comprender el verdadero significado de amar.


Hay quien dice que uno debe elegir entre profundidad y trascendencia (amor) o entre intensidad y superficialidad (pasión). Mi opinión es distinta, hay que apostar por ambos y conseguir una relación en la que los dos sean los protagonistas. Una relación trascendente que implique un compromiso, una entrega y por supuesto, una unión de almas. Y si esa unión no existe, no nos queda nada.


El mundo no es un lugar destinado a competir, sino a compartir. Al fin y al cabo, debemos saber querernos a nosotros mismos para que pueda llegar el día en el que sepamos cómo amar a los demás.




Por Ángela Taltavull