¡Pobre diablo!


Nos situamos en Lanzarote, una de las siete islas que componen el archipiélago canario. Este lugar tiene gran significado para mí ya que con tan solo cinco meses de edad viajé a esta pequeña isla y desde entonces llevo veintiún años descubriendo todos y cada uno de sus maravillosos rincones. 

Aún recuerdo la primera vez que vi el Charco Verde, las cuevas de los Jameos y los Verdes, el Mirador del Río, los Hervideros y por supuesto el Parque Nacional de Timanfaya. Sin embargo, si hay algo que va a seguir en mi memoria durante toda mi vida, es la primera inmersión que hice en sus aguas. El instante en el que buceé por primera vez; sin duda, una de las mejores experiencias de toda mi vida. Intentando dejar a un lado todos los sentimientos y emociones que esta tierra me transmite, quiero hablar de una de sus historias más simbólicas, la del diablo de Timanfaya.


Cuenta la leyenda que, en el año 1730, se produjo en Lanzarote la mayor erupción volcánica conocida del archipiélago. Esta erupción supuso la emisión de lava y escorias durante los seis años siguientes, cubriendo un cuarto de la isla y transformándola por completo. Muchos pueblos quedaron arrasados y otros nacieron de las cenizas. No obstante, este desastre natural trajo consigo el sufrimiento de dos jóvenes enamorados. 

Justo antes de la erupción se estaba celebrando la boda entre un joven cuyo padre era uno de las hombres más poderosos de la isla y una joven cuya familia se dedicaba al cultivo de plantas medicinales. Al comenzar la ceremonia, esta quedó interrumpida por un gran estruendo, los volcanes habían entrado en erupción y tanto los novios como los invitados a la boda quedaron sorprendidos por la lluvia de rocas y lava.


Todos los asistentes comenzaron a correr despavoridos, buscando refugio, pero la mala fortuna consiguió apoderarse de la novia. Una gran roca aplastó su cuerpo y quedó sepultada bajo ella. Al ver tan terrible suceso, su prometido acudió en su auxilio, cogió una gran forca de cinco puntas y comenzó a empujar la piedra para levatarla ante la atónita mirada de los que allí se encontraban. El joven sacó fuerzas de donde no las había y consiguió desplazar la roca, pero su esfuerzo fue en balde: su prometida había muerto.


Desolado y desesperado, el chico alzó el cuerpo de su difunta amada junto a la forca de cinco puntas y recorrió a pie los ardientes valles de Timanfaya. Al caer la noche, la luna llena comenzó a alumbrar aquel infierno en el que se había transformado Lanzarote.

Pero, de pronto, pudo divisarse a lo lejos, en lo alto de los valles de Timanfaya y en mitad de aquel desértico escenario, la figura del joven. Iluminado por la gran luna, levantando la forca de cinco puntas con ambos brazos, justo antes de desaparecer en el ardiente terreno. Los hombres y mujeres, que contemplaban esa imagen suspiraron de tristeza: "¡pobre diablo!"


Se dice que de la sangre derramada por la joven novia, nacieron en el valle unas plantas medicinales a las que se les dio el nombre de los dos jóvenes enamorados que nunca pudieron llegar a casarse: Aloe se llamaba el joven y Vera era el nombre de su amada.


A día de hoy, la figura de Aloe con la forca de cinco puntas levantada por encima de su cabeza es la imagen que simboliza el Parque Nacional de Timanfaya. Es la representación de ese "pobre diablo" que perdió su vida y su amor por culpa de las erupciones volcánicas.

Son muchas las historias y los cuentos que nos encontramos a lo largo y ancho de este mundo. Sin embargo, dentro de nuestras fronteras, podemos descubrir mil y una historias increíbles y desconcertantes acerca de nuestra cultura y nuestras raíces. 

Es sorprendente hallar todas y cada una de ellas y, a la vez, me resulta maravilloso poder contároslas e ir aprendiendo de ellas con cada uno de los artículos que publico. 

Me quedo con la frase: el saber no ocupa lugar, porque, al fin y al cabo, todo conocimiento es poco cuando se trata de aprender y descubrir cosas nuevas.




Por Ángela Taltavull