Vicenta se ha vuelto a hacer pis

    Sonó la campana de las cinco de la tarde que llamaba a merendar a todos los residentes. Había sido un día más o menos ajetreado, quizás con más visitas que las que cualquier sábado de mayo pudiera tener.  Aun así, la tranquilidad, las partidas de bingo y el olor a puré de verdura eran el pan nuestro de cada día. Vicenta decidió ignorar aquel aviso porque no tenía mucha hambre: era una mujer de costumbres. No terminaba de encontrarle el atractivo a las meriendas, ya que le quitaban el hambre para disfrutar la cena y prefería quedarse sentada observando todo lo que pasaba a su alrededor. Se reclinaba sobre su mecedora cubierta con una manta artesana de ganchillo de colores y pensaba, escuchaba conversaciones ajenas, hacía sopas de letras…

Campechana y sonriente, era una anciana de lo más agradable. Era amante de la buena prensa (decía que no soportaba las noticias populistas ni las mentiras) y fan acérrima del Dúo Dinámico, que lo escuchaba cada vez que podía en su vieja radio. Tenía los ojos de un azul tan profundo como las arruguitas que daban vida a su expresión, todo ello enmarcado en una cara redonda que puede hacernos una idea sobre su descomunal atractivo quizá unos años atrás. Nunca hablaba demasiado pero cada vez que lo hacía, todos la escuchaban. Era una mujer sumamente interesante.


A Vicenta le era indiferente estar allí: tenía la mayor parte de cosas que quizás en ocasiones echaba de menos su casa; su cocina, su baño, su televisor de antena… pero en verdad a quienes extrañaba era a sus hijos. Se sentía como cuando de pequeña su tío Ernesto separó a las crías de gato de su madre porque esta había contraído una enfermedad infecciosa y necesitaba ser sacrificada. Se sintió como aquella gatita: débil, olvidada y profundamente sola.  Se había instalado en aquella residencia de ancianos porque ninguno de sus hijos podía hacerse cargo de ella. Había comenzado a perder la memoria y a veces tenía unos cambios de humor un tanto extraños; de no ser por eso, era la misma alegre mujer de siempre. Le habían diagnosticado un principio de Alzheimer y no podían cuidarla durante los días. Al principio se le hizo duro convivir con tantas personas extrañas las 24 horas del día. Sin embargo, poco a poco fue haciéndose a la idea de que le iba a tocar asentarse allí hasta el fin de sus días.



Vicenta leía el periódico semanalmente. En el de aquella semana las noticias eran bastante variadas: nuevas sobre el Brexit,           posibles pactos de gobierno, conferencias sobre el cambio climático… y vio una en la que se detuvo especialmente a leerla detenidamente: un anciano de 95 años había sido hallado en su casa muerto en un avanzado estado de descomposición. Tras hacerle diferentes estudios forenses se vio que llevaba aproximadamente 5 años difunto y en ningún momento ningún conocido ni familiar se dio cuenta de ello. Resulta que una posible alarma pudo ser la gran cantidad de facturas sin pagar, o la ingente montaña de cartas que se agolpaban en su buzón y que nadie acudía a retirar. Durante 5 años, nadie le echó de menos hasta el punto de comprobar si verdaderamente seguía vivo… Se conoce que desde que enviudó, se le perdió la pista por completo a pesar de que nunca se movió de su casa.

Vicenta retiró la mirada del papel por un momento y pensó en que podía ser un error de redacción el haber confundido la palabra "años" con "días", y que en verdad se trataba de algo relativamente reciente. Sintió una sensación que le oprimía el pecho. Sin embargo, no era la primera noticia que oía así.

Aunque pueda parecerlo, la noticia que leyó nuestra protagonista no se trata de un fenómeno aislado. En Japón ya le han asignado un nombre a aquellas personas de tercera edad que mueren solas en sus domicilios sin que nadie se percate de ello: kodokushi. Este término podría ceñirse de forma perfecta a la noticia que leyó Vicenta y que no le dejó indiferente en absoluto. Provocó en ella una oleada de sentimientos encontrados: por un lado, un extraño alivio al pensar que ella no moriría en esas condiciones en las que casi parece que uno muere en vida al ser olvidado por todos y por otro, una profunda tristeza al imaginar hacia dónde va nuestra sociedad cuando dejamos que sucedan esta clase de cosas.

Pensó que quizás podía tratarse de un problema de deshumanización en las relaciones familiares. Un problema que radica en el profundo rechazo que sentimos hacia todo lo que depende de uno; hacia lo que se presenta al mundo como frágil y vulnerable, hacia lo que “no aporta”. Porque el cuidar a estas personas con alguna dependencia no implica menos que un aterrador compromiso. También se le pasó por la cabeza qué podían estar haciendo mal los servicios sociales para olvidarse de un ser humano en esas condiciones.
Apareció por su mente Julia, su amiga de la residencia desde el primer día en que llegó y cómo seguía esperando ilusionada cada sábado la llegada de unos nietos que la habían abandonado definitivamente en aquel lugar. Pero al menos Julia nunca volvería a estar sola, o al menos no mientras Vicenta viviera.

Había oído hablar de algunos programas contratados por su residencia que tenían la iniciativa de acompañar a personas de la tercera edad de forma voluntaria; pero más sentimental y afectivamente que en un sentido puramente asistencial. Alguna de ellas tenía un nombre tan divertido como Adopta un Abuelo, y ofrecían de forma gratuita ese servicio. Con proyectos como ese, Vicenta volvía a recuperar la fe en la humanidad. Daban la posibilidad de recibir afecto y compañía por parte de jóvenes dispuestos a ello. Por su parte, los “abuelos” compartían con ellos infinidad de experiencias y de sabiduría: justamente cosas de las que carecen los jóvenes en comparación con ellos

Terminó de leer aquella noticia y se quitó sus gafitas de lectura. Al volver a dejar el periódico sobre la mesa, se dio cuenta de que sentía una humedad muy característica en sus posaderas.
     
Vicenta se orinó encima. Tocó la campanita y en seguida vino su enfermera favorita a asistirle. Y fue ahí cuando el vago sentimiento de soledad se evaporó de su mente.

Por: Clara Luján Gómez

Web oficial de Adopta un Abuelohttps://www.adoptaunabuelo.org/