Basta ya de tanto odio


El gran problema de España es la confrontación irrespetuosa de las distintas ideologías políticas. Uno los llama “rojos de mierda” o “progres” con un tono casi vomitivo. El otro, “fachas”, “racistas” u “homófobos”. Dejemos los insultos toscos y generalizadores, no sirven de nada. Únicamente dividen y frenan el progreso de un país. Basta ya de tanto odio y tanta soberbia.

No miremos a los políticos como ejemplo a seguir. Ya hemos visto en el debate del 4N cómo su orgullo y ansias de poder les impiden llegar a un acuerdo. No tienen ningún derecho a vetar pactos que nos habrían sacado ya del bloqueo. De hecho, es su deber pactar, poniendo a un lado las discrepancias existentes entre ellos, ya que es lo que les está pidiendo la ciudadanía. Además, en el muro que separa a la izquierda de la derecha debería construirse un puente, no más barricadas. Dejemos de dispararnos.

El día en que empecemos a escuchar lo que tiene que decir el que piensa distinto, España alcanzará su máximo potencial. El éxito está en el diálogo y la concordia, no en el enfrentamiento violento y verbal en el que se pierde la razón. Ojalá algún día las personas no tachen a los que piensan ideológicamente distinto, sino que se sientan afortunadas por poder conocer otra perspectiva de la vida y se interesen por conocer las razones y argumentos de su postura. Si cree que el individuo que piensa diferente a usted no está teniendo en cuenta algunos factores importantes en el debate, es decir, está desinformado, intente que eso cambie. Eso sí, nunca imponiendo valores ni creencias y dialogando desde el respeto. 

Una persona es reacia a cambiar de opinión si la vive con mucha pasión. Blaise Pascal, en su estudio del arte de persuadir, llegó a la conclusión de que la manera de combatir ideas erróneas creídas por otros, no se consigue haciéndolos ver por qué tienes razón tú y ellos no, ya que el ser humano es orgulloso y le cuesta admitir que se equivoca. Al contrario, se consigue haciéndolos pensar que han sido ellos los que han llegado a esa nueva conclusión por sí solos. Y para que eso suceda, que una persona llegue por sí misma a la conclusión que uno le quiere hacer ver, han de conocerse sus sentimientos y razonamientos al respecto. Además, para creer algo con seguridad hay que procesarlo y en los debates a los que estamos acostumbrados, no damos tiempo a ello. Estamos pendientes de defendernos ante lo que creemos que son ataques, no de escuchar activamente. 

Dejemos también de calificar una ley, propuesta o medida como inútil e incompetente por haber sido llevada a cabo por los otros. Informémonos, veamos la influencia y los cambios que ha producido, fijémonos en los datos, o por lo menos leamos periódicos distintos para conseguir esa objetividad que nos está arrebatando el gran algoritmo de Internet. 

Otro aspecto que nos aleja del diálogo es el atribuir a un único partido un movimiento colectivo. Debemos conseguir que un tema tan importante como el cambio climático sea un problema de todos. Politizar posibles avances sociales solo nos hace retroceder, además de crear rechazo en la parte de la población que no comparte la ideología política en cuestión. Esto consigue que se deje de escuchar y debilita el debate.

Mucha de la culpa de la confrontación entre los distintos bandos la tienen los políticos. Al fin y al cabo, a quien está en el poder o aspira a él, le es más fácil llegar a él debilitando y endemoniando a sus rivales. El odio tiene un peligro: es muy contagioso. Sobre todo cuando los sentimientos pasionales se anteponen al razonamiento. Culpar y poner cara al enemigo es tanto lo más simplón como la más eficaz de las estrategias políticas. De esta manera, uno se olvida de que el que es ahora su enemigo también es capaz de aportar ideas prometedoras. 

En cuanto a los extremos, siempre se ha dicho que no son buenos. Para los que no simpatizan con ellos puede ser muy complicado el diálogo con personas que sí lo hacen. Pero puede servir para aprender que quizás haya que dar más visibilidad o hacer más hincapié en un tema en concreto. Se necesita conocer el populismo sentimentalista para poder luchar contra él. Y una vez más, conocer exige escuchar y leer al que piensa distinto. Es evidente que muchos políticos utilizan su habilidad para reconocer miedos e inseguridades presentes en un sector de la población para llegar a la gente con mayor facilidad y fuerza.

Aunque la política actual y los medios nos intenten manipular para que únicamente haya enfrentamiento entre los que no piensan igual, luchemos contra ellos. Llegar a entender a otro ser humano es un proceso que, aunque lleve tiempo, hace que dos personas se desnuden dejando atrás el miedo a enfrentarse cara a cara con todos sus sentimientos. Immanuel Kant afirmó que vemos las cosas, no como son, sino como somos nosotros. Comprendamos que las experiencias de cada uno influyen en nuestras prioridades y que muchas veces no somos capaces de ver más allá de ellas. Por ello, no busquemos con tanta rapidez el enfrentamiento, intentemos conocernos y entendernos. Solo así, prosperaremos.

Fotografía original de Uly Martín. Fotomontaje de Guzmán Fernández.