El día en que iba a ganar, Santiago Abascal se levantó por la mañana para esperar a que abriesen las mesas electorales. Había soñado que superaba en escaños a Ciudadanos, donde caía una lluvia espesa, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar… se sintió mucho mejor que tan solo feliz.
Esta es la crónica de una España polarizada, de una España plural… o fragmentada. Una España que ha decidido que el nacionalismo catalán suba tres escaños y que la extrema derecha se consolide como tercera fuerza en el Congreso de los Diputados y que la izquierda se entienda. Una España que no deja los reproches de lado ni aun cuando se acerca al precipicio. Algunos decían que el 10 de noviembre había llovido y otros que no. Unos que hacía mucho frío y otros que no tanto. El cielo estaba nublado y la participación electoral descendió hasta el 69’87%, un porcentaje nada sorprendente en un domingo azaroso y, lo más importante, de segundas elecciones.
Esta es la crónica de una España polarizada, de una España plural… o fragmentada. Una España que ha decidido que el nacionalismo catalán suba tres escaños y que la extrema derecha se consolide como tercera fuerza en el Congreso de los Diputados y que la izquierda se entienda. Una España que no deja los reproches de lado ni aun cuando se acerca al precipicio. Algunos decían que el 10 de noviembre había llovido y otros que no. Unos que hacía mucho frío y otros que no tanto. El cielo estaba nublado y la participación electoral descendió hasta el 69’87%, un porcentaje nada sorprendente en un domingo azaroso y, lo más importante, de segundas elecciones.
El
día se tornó aún más oscuro de lo que ya era para Albert Rivera y su partido. Tras
haberse conocido los resultados, más personas que escaños habían conseguido,
salieron a dar la cara en la sede de Ciudadanos. Conteniendo sus lágrimas, una
Inés Arrimadas con la que muchos y muchas empatizaron esa noche, acompañaba en
la retaguardia al líder de la formación naranja en una de sus más sinceras intervenciones
de los últimos meses. Han sido menos de veinticuatro horas las que ha tardado Rivera
en dimitir y lo ha hecho de la manera más limpia y honesta que podría haberse imaginado tras la debacle de un partido que estuvo a punto de tenerlo todo. Y si no, que se
lo pregunten a Roldán. Por ahora, el futuro inmediato del partido pareceque solo
pasa por Arrimadas: un poco de luz entre tanta oscuridad.
Sin
duda, una de las grandes noticias de la noche, junto a la leche de Ciudadanos, la
han protagonizado los 52 escaños de la extrema derecha. Y, lejos de hacer
autocrítica, la izquierda o inculpa o ignora. La primera intervención de Iglesias
tras los comicios, aunque acertada en su trasfondo, ha sido inapropiada para un
idílico nuevo comienzo sin reproches. Unidas Podemos sigue cayendo y, aunque no
de la forma estrepitosa en la que lo ha hecho Ciudadanos, la tendencia se
mantiene a la baja. Está claro que los serios y tristes semblantes no cambiarán si no cambian algo en el partido en un futuro cercano. Por su parte, Sánchez ha tenido la poca valentía de admitir el gran fracaso que la jornada había
supuesto para la izquierda y para el país limitándose a contentarse por unos resultados desastrosos para España.
Por
otro lado, aunque si bien es verdad que al líder del Partido Socialista se le
puedan criticar muchas cosas (entiendo y comparto la crítica por su parte de
culpa en la repetición electoral), no se le puede culpar del auge de VOX. Caer
en esas falacias hiere a la izquierda, la separa más, la divide. Si en algún
momento es correcto hablar de culpas, señalemos a la derecha que no ha
deslegitimado a VOX pudiendo hacerlo, culpemos a Rivera, a Sánchez, a Iglesias por
no haber formado gobierno en la medida en la que pudieron hacerlo cada uno.
Pero como decía, no creo que sea correcto buscar culpables, sino esforzarse en entender
al votante de VOX porque, en democracia, nadie “roba” votos, ni tiene una máquina para “crearlos”.
El votante elige, cambia, se abstiene, se cansa, se desmotiva, se enfada, se ilusiona.
Pero nadie le roba el voto. No caigamos en simplismos y reduccionismos.
Aunque
mínimamente, el bipartidismo se refuerza. Los resultados varían poco respecto a
las pasadas elecciones, la periferia cobra más fuerza y las fuerzas separatistas
catalanas aumentan en escaños, a pesar de seguir siendo minoría en Cataluña. El
BNG, Más País, la CUP y Teruel Existe se suman a la amalgama de partidos en el
Congreso. Todo apunta a que la posible formación de gobierno pase, sí o sí, por una complicada gobernabilidad: bien por
medio de un gobierno en solitario, o bien por la vía de la coalición. Sea como
fuere, estamos en el mismo punto de partida, pero esta vez, peor. Como decía
Iñaki Gabilondo, “diferente, igual y peor". Lo que está claro es que en esta crónica de una España
fragmentada no habrá terceras elecciones.