La Libertad de Cartón Piedra

La libertad. Un concepto universal y abstracto al que todo el mundo aspira, definido a grandes rasgos como un derecho humano que defiende la capacidad del individuo para pensar y obrar de manera responsable según su propia voluntad dentro de una sociedad. También se puede encontrar definida como el estado o condición de la persona que no está en la cárcel, ni sometida a la voluntad de otro, ni forzada por una obligación o deber. Esta se divide en distintos tipos, siendo algunos más generales y compartidos por la mayoría y otros más específicos según la opinión subjetiva de cada uno. Entre los más conocidos se encuentran la libertad de culto, de elección, de expresión, de opinión, de pensamiento, física o psicológica. Todos ellos, sean más o menos parecidos, comparten uno de los temas centrales de la filosofía y las ciencias a lo largo de la historia, el “libre albedrío”. A pesar de la inmensidad del tema, este artículo no pretende indagar en las distintas corrientes de pensamiento que lo rodean, sino más bien lanzar una pregunta abierta a cualquiera que lo lea y estimular así su pensamiento más crítico y, con suerte, incluso filosófico. 

Formamos parte de un sistema de dimensiones increíbles que engloba ámbitos como el social, el económico o el político. A pesar de querer libertad máxima a toda costa, el hecho de vivir dentro de una sociedad, en grupo, nos limita de por sí mediante leyes y normas. Sin embargo, y en general, estas restricciones no suelen causar rechazo, ya que están impuestas con el fin de establecer un equilibrio lo más sano y justo posible entre todos los individuos. El asunto es el siguiente. Gracias a la globalización, la rápida difusión de información y la creciente educación entre otros factores, vamos quitándonos la venda de los ojos frente a ciertos asuntos antes ignorados, rechazados o prohibidos como son el feminismo, la homofobia o el racismo, por ejemplo. Somos más conscientes de lo que tenemos aquí y lo que les falta a otros, lo que antes aceptábamos y ahora denunciamos, lo que antes ignorábamos y ahora no paramos de darle vueltas. Todos estos cambios son muy positivos y contribuyen a la creación de seres un poco más independientes mentalmente, con criterio y ganas de defender lo que consideran oportuno, o, en otras palabras, más libres. Es decir, estamos despertando de ese sueño inducido en el que se nos quería tener. 

No obstante, y a pesar de lo bonito que suena lo anterior, ¿hasta qué punto podríamos decir que somos verdaderamente libres? Somos bombardeados constantemente con información de todo tipo y de todas partes, pero ¿cómo podemos asegurarnos de que realmente nos llega toda la que debería llegarnos? Es decir, si solo obtuviésemos una parte de lo que hay ahí fuera, ese pensamiento y criterio tan racional y objetivo que creemos tener estaría siendo condicionado hacia un lado. En otras palabras, no seríamos del todo libres. Libres para poder pensar, opinar y defender nuestros verdaderos ideales, ya que quién sabe si hay algo que se nos escapa o se nos esconde y nos haría abrir los ojos de maneras en las que nunca los hemos abierto antes. Y esta es la situación en la que llevamos encontrándonos mucho tiempo. Esto no significa que esa otra parte de información no exista, simplemente es mucho más complicado llegar a ella. Y esto se debe sobre todo a los medios de comunicación, de nuestro país o de cualquier otro. Recibimos la mayor parte de lo que sabemos a través de ellos. Lo que no solemos tener presente es que ellos deciden qué mostrar. Normalmente tienen una ideología política más o menos clara, lo cual sesga desde un principio aquello que se va a contar. Al centrarnos en uno o varios de la misma orientación, estamos perdiendo la oportunidad de escuchar otras opiniones contrarias y formar una opinión fundamentada y lo más objetiva posible, y en su lugar asimilamos en nuestra cabeza ideas preconcebidas como las correctas. Pero más allá de espectros políticos, aunque siempre relacionado de una manera u otra, los intereses de aquellos en puestos más altos nos moldean como quieren, ya sean gobiernos o empresas multinacionales. Incluso el miedo, la desinformación o el “es que esto nos pilla muy lejos de casa” determina lo que vemos y escuchamos, ya sea no mostrándolo nunca o haciéndolo muy tarde. 

Nadie nos habla de los campos de concentración en Xinjiang, China, donde están internados, según la vicepresidenta del comité de la ONU Gay McDougall, más de un millón de musulmanes uigures a los que se somete a un proceso de “reeducación” y adoctrinamiento intenso para reducir los supuestos crímenes extremistas y terroristas de esta parte de la población, a pesar de que la mayoría de los que ingresan allí reconocen no saber el motivo. Tampoco se reaccionó ni se comentó nada allá por 2017 cuando la OIM avisó de la venta de inmigrantes y refugiados como esclavos en Libia, ni de los 4 años por ahora de crisis humanitaria y violación de los derechos humanos en Yemen, protagonizada por la malnutrición de millones de niños y mujeres embarazadas, violaciones y muertes de miles de civiles. 

Asimismo, cabe comentar otros temas que quizás no consideramos tan relevantes en el día a día, como la falta de importancia y repercusión dada a la lucha contra el estigma social que hay alrededor de las enfermedades mentales, como por ejemplo en torno al suicido, donde se podría actuar mostrando información adecuada y responsable, además de aportar recursos de ayuda e historias de superación e incidir en la prevención en vez de seguir ocultándolo, como si no fuese una de las principales causas de mortalidad mundial. Ni siquiera se intenta destapar la verdad acerca de lo que comemos y de cómo se nos intentan vender gran cantidad de alimentos con la falsa etiqueta de que son buenos para nuestra salud cuando lo único que hacen es acortarnos la vida e incrementar la probabilidad de que padezcamos enfermedades relacionadas con la salud como obesidad o cardiopatías. Y lo peor de todo es que esto lo saben los de ahí arriba. 

En resumen, todo se mueve por intereses, ya sean económicos o políticos. Y esos intereses quizás son intentar esconder cómo puede haber contribuido realmente un país a generar y alimentar distintas catástrofes que ocurren en otros o evitar que el pueblo se rebele contra la pasividad y negación de los que verdaderamente pueden hacer algo y poner soluciones, pero deciden en su lugar mirar hacia otro lado y limpiarse las manos. No sabemos lo que queremos, sabemos lo que quieren que sepamos. Y eso no es un sinónimo de libertad. Como escribió Dostoyevski "la mejor manera de evitar que un prisionero escape, es asegurarse de que nunca sepa que está en prisión". Sin embargo, creo que es acertado decir que, ahora más que nunca, la población va exigiendo justicia y verdad a cada paso que da, por lo que podemos conservar la fe. Y, por suerte, la presión de la sociedad en su conjunto es la mejor opción para avanzar en todos los aspectos. Al fin y al cabo, el despertar de las mentes es imparable.