Hace unos meses estuve enganchada a la serie Borgen, en la que se narran las interioridades de la política danesa a través de una mujer que se convierte en primera ministra. La verdad es que me encantó, porque se centra en las idas y venidas de los distintos partidos políticos, de los acuerdos a los que tienen que llegar, de cómo todos tienen que ceder algo para lograr un diálogo. Qué gran ficción. Y sí, digo ficción porque desde que tengo uso de razón y capacidad de comprender mínimamente los asuntos políticos, yo jamás he visto algo así en España.
Mi generación y muchas más hemos crecido con la percepción de que, en nuestra política, unos son los buenos y otros son los malos, y que es imposible que los dos bandos puedan sentarse en la misma mesa. El bipartidismo era lo normal, y si gobernaban unos, los otros no y viceversa.
Esta situación podría haberse mantenido durante muchos años, pero llegó un momento en el que la ciudadanía se cansó de lo mismo de siempre. Salimos a la calle a manifestarnos, hartos de un sistema que a todas luces estaba obsoleto. Entonces surgieron nuevos partidos, frescos, jóvenes, con ideas diferentes, y los ciudadanos recobramos la esperanza en la política. En las sucesivas elecciones que tuvimos (generales, autonómicas, municipales, europeas…) el voto se dividió y entre todos dimos lugar a una representación política completamente variada.
Con este panorama lo lógico hubiera sido que nuestros políticos se esforzaran por entenderse al estilo “borgen”. Pero no. Llegaron los insultos, la crispación, las acusaciones, los discursos baratos y facilones, los cordones sanitarios, los “contigo no, bicho”. Y los ciudadanos perdimos la esperanza de nuevo, una esperanza que, a día de hoy, todavía está en el aire.
Decía Iñaki Gabilondo en una entrevista que le hicieron hace poco, que su generación no cree en cordones sanitarios y en ideas irremediablemente opuestas. Ponía el ejemplo de un ciego al que le dejan ver durante 10 segundos y pierde de nuevo la visión. A ese ciego que ya ha visto, no puedes decirle que no puede ver. Lo mismo pasa con su generación y otras tantas. Ellos vivieron el fin de la dictadura y todo el proceso de transición a la democracia. En aquella época, representantes de distintos partidos, con ideas completamente opuestas y, a priori, irreconciliables, se sentaron en una mesa y llegaron a acuerdos para conseguir que nuestro país fuera lo que es hoy. No nos digan, señores políticos, que no se puede hacer.
España ha evolucionado mucho en tan solo 40 años. Somos un país plural, abierto y moderno, un país que mira hacia delante sin olvidar lo que dejó atrás. Un país que está pidiendo a gritos diálogo y acuerdo. Y me niego a pensar que haya posiciones tan enfrentadas que no puedan acercarse, que no se pueda ceder en algunos aspectos, que no se pueda hablar y negociar. En pleno siglo XXI me niego a creer que nuestra política no tiene remedio. Así que les pido, (no tan) queridos políticos, que escuchen a sus ciudadanos y se pongan de acuerdo. Porque los españoles no merecemos una clase política encorsetada y sin capacidad de diálogo. Los españoles merecemos más.