El mundo se divide
en dos tipos de personas: los que retan sus límites y los que limitan sus
retos. Cada día, desde el momento en que decidimos sacar el pie de la cama, nos
vemos expuestos a tomar infinitas decisiones, todas ellas, en mayor o menor
grado, relevantes. Aunque es frecuente que vivamos en piloto automático y el
fluir de la vida o la rutina nos lleven a actuar inconscientemente en
reiteradas ocasiones.
¿Acaso somos
conscientes de que todos los días tenemos el poder de cambiar drásticamente
nuestro futuro? No obstante, desde pequeños estamos acostumbrados a no salirnos
del patrón de lo socialmente bien visto. Así se empieza a promover la aversión al
riesgo.
A esto se suman diversos
factores. Los verdaderos riesgos nos llevan por caminos poco transitados, no es
común conocer de primera mano a referentes que puedan mentorizarnos. Por ello, afloran
los miedos e inseguridades, las dudas por el qué dirán, etc. Arriesgarse implica
renuncias y sacrificios prolongados en el tiempo. También supone incertidumbre,
y no todo el mundo sabe gestionarla, no cualquiera se siente cómodo poniendo en
juego cierto nivel de su estabilidad. Suele ser preciso asimismo afrontar
ciertos niveles de estrés. Además, en plena era de la inmediatez, ¿somos
capaces de esperar, de tener paciencia para ver nuestros objetivos largoplacistas
satisfechos? Por todos estos motivos, entre muchos otros, la gran mayoría se
instaura en el conformismo.
El riesgo en
nuestro país no goza de buena prensa, como en otros países más tolerantes al
riesgo, como puede ser Estados Unidos. Pero, ¿qué pueden ganar y perder
aquellos que arriesgan? Por un lado, pueden conseguir maximizar su potencial. Solo
llegarán a alcanzar sus límites aquellos que se dispongan a arriesgar. Por
otro, tiene su coste de oportunidad, han de estar dispuestos a perder, dado que
es un posible escenario que han de asumir. Nos suelen educar enfocándonos en
los éxitos, en los resultados, sin prepararnos para los fracasos o para la
tristeza. ¿Qué es de todas esas lecciones que aprendemos incluso equivocándonos?
En ocasiones, la experiencia es la única forma de aprender. No deberíamos
perdernos nada en el camino por miedo a perder. No hay mayor riesgo que el de
no hacer nada. En un mundo en constante movimiento, el inmovilismo es garantía
de fracaso.
Y es que el tren
del riesgo también pasa y se va. ¿Estás dispuesto a quedarte con la duda de
hasta dónde podrías haber llegado?