Pantomima y a quién voto hoy


Un sálvame intelectual. Un partido de fútbol donde los goles eran insultos y los ataques a degüello, que entretuvo al demos español durante unas horas del lunes y del martes.

Así aparentaron ser los debates, en los que una buena parte del público español esperaba encontrar respuestas. ‘’No se a quién votar’’ es una frase que estos días se ha repetido mucho – y el debate no ofreció muchas respuestas.

Se discutieron los temas más candentes de la política española actual, pero la forma estuvo lejos de ser lo que se esperaría de un debate razonado sobre el futuro de nuestro país – los argumentos se trataron mayormente de forma simplificada y rozando el populismo característico de quien busca obtener votos apelando a los corazones de la gente más que a su capacidad intelectual. Esto se vio claramente en todos ellos, pero pongo como ejemplo a Albert Rivera: es campeón de debate universitario, es decir, campeón en defender argumentos de forma razonada, basados en la construcción sobre datos sólidos. Sin embargo,  lo que obtuvimos de él en el debate fueron sobre todo ataques a la reputación de sus contrincantes, insultos, historias cargadas de emoción y diversas simplificaciones – técnicas que también fueron utilizadas en mayor o menor medida por los otros tres candidatos. 

Por otro lado, mencionar el uso de la desinformación como arma convincente pero peligrosa – Pablo Casado puso en boca de Oriol Junqueras la intención de apoyar a Sánchez a cambio de indultos; Albert Rivera acusó a Pedro Sánchez de colocar a dedo a la presidenta de Televisión Española o al presidente de Correos; Pedro Sánchez usó un documento falso para defender la supuesta creación de PP y Ciudadanos de unas ''listas negras'' de trabajadores que luchan contra la violencia de género en Andalucía; y Pablo Iglesias estableció que no tenemos un sistema fiscal progresivo. Todo ello son mentiras. Y solo son algunos ejemplos.

En resumen, fue un debate que dejó mucho que desear, que fue destructivo más que constructivo y que de seguro ha quitado las ganas de votar a más de uno: a mí, personalmente, no me representa ninguno de ellos – ni tampoco lo hace Vox, el gran excluido.

No obstante, el domingo se vota; y quiero votar pese a la decepción. ¿A quién?, esa es una muy buena pregunta. Muchos votaran a su partido de toda la vida siguiendo una fe ciega; otros votaran al PSOE por miedo a la ultraderecha, y unos pocos por la apariencia física de Sánchez; muchos votarán a Vox por una contundencia que parece haber dado con el momento perfecto para aparecer... Sin embargo, pocos votarán en base a una formación en ideas razonada y basada realmente en las propuestas de cada uno de ellos – pocos irán más allá de los esfuerzos en comunicación de los distintos políticos que, recuerdo, están diseñados para ir directos al corazón y superar numerosos filtros intelectuales. Y lo peor de estos mensajes: están construidos en torno a lo destructivo y una falta de disponibilidad real hacia el consenso.

Porque en España parecemos pensar que defender nuestras ideas pasa inevitablemente por atacar las del contrario. Parecemos saltar de la silla siempre que alguien ataca estas ideas o al partido que las defiende, y parecemos necesitar enfrentarnos a aquel que no piensa de la misma forma que nosotros. Parecemos no saber escuchar. Y parecemos no caer en la cuenta de que el consenso tiene un poder inimaginable y de que si las distintas ideas confluyen para sumarse en lugar de destruirse se consiguen grandes cosas. Nadie ni nada, ninguna persona, ningún partido político, ninguna eminencia tiene toda la verdad en su poder – y a través de debates razonados, de escucharnos y sobre todo de negociaciones con intención de consenso (que parece van a ser muy necesarias en estas elecciones) se pueden conseguir no solo grandes cosas sino también un país que sea un poquito de todos. 

Hoy toca votar y decidir cómo queremos que sea la España de los próximos cuatro años. Escuchémonos, informémonos, y votemos con cabeza.