Reflexiones sobre un movimiento que merece la pena.
(Atención: disclaimer al final)
¿Por qué luchamos? Hoy en día, esta pregunta no es un mero
ejercicio mental para pasar el rato. No hay forma de la que no sea. En un mundo
que nos anima a opinar, que nos alimenta con información constantemente y en el
que los límites entre vida privada y vida pública son cada vez más difusos,
mantenernos al margen es cada vez más complicado. Tal vez sea mejor así. Sin
esta evolución, es poco probable que la onda expansiva del #MeToo se hubiera
producido. Si las historias de cientos de miles de mujeres no hubieran surgido
a la superficie, puede que la sociedad hubiera podido seguir mirando hacia otro
lado, y puede que sufrir abuso o acoso sexual hubiera continuado siendo una
parte normalizada, si bien desagradable, del proceso de crecer y vivir siendo
mujer. Si las historias no hubieran surgido, puede que personas muy cercanas a
mí no se hubieran atrevido a contarme que, efectivamente, pasaron por
experiencias de acoso y abuso.
Es difícil poner en palabras lo que supuso esto para mí,
el desagrado, la impotencia, aun teniendo en cuenta que yo nunca había estado
ni remotamente cerca de vivir una situación como la que ellas relataban y
probablemente no lo esté nunca. Y justo en ese momento reparé en que ese, precisamente, es el problema. Por muy inteligente,
íntegra y talentosa que sea una persona, si nace mujer está estará expuesta a unos
juicios de valor y expectativas a los que yo, como hombre, no estaré, y que la
limitan o la humillan. Es innegable que los hombres y las mujeres no somos biológicamente
iguales, pero tampoco somos diferentes en un plano de auténtica igualdad. El
mundo ha sido diseñado principalmente por hombres, y como tal, las expectativas,
códigos de conducta y normas sociales están medidas con la escala del género masculino.
Como hombre, la sociedad parece un lugar neutro, sin género ni preferencias específicas,
y como todo sistema sesgado, puede llegar un momento en que te des cuenta de
que la razón por la cual la sociedad te parecía tan intuitivamente natural es
porque se adapta a ti como un guante. Es cómodo, pero no es justo ni aceptable. Cada persona tiene una historia diferente, pero esa es la mía. Por eso lucho.
Dicho esto, saber por qué luchamos no es suficiente. Cada
vez somos más vulnerables a la manipulación, la desinformación, la polarización
y el desencanto. Si queremos avanzar hacia la igualdad real de todas las
personas tenemos que tener la suficiente visión para juntar nuestros esfuerzos
en aquellos puntos que son clave. Ojalá hubiera tiempo para la reflexión y el
dialogo calmado, pero debemos estar preparados para hablar sobre la marcha. El
feminismo ya ha echado a correr, y para bien o para mal, no va a esperar a que
nadie o dirija desde la retaguardia. Los actos tienen, si cabe, más importancia
que nunca.
Los que me conozcan verán cierta ironía en mis palabras.
Para empezar, soy un hombre, lo que me da un rol concreto en esta narrativa que
se está desarrollando (luego volveremos sobre este punto); y para continuar,
soy una persona dispuesta a debatir todo lo debatible pero no a involucrarme de
forma real en ningún movimiento ni forma de expresión política. La primera
manifestación a la que fui en mi vida fue al 8M del año pasado, y los actos de
políticos, organizaciones y sindicatos, en general, me tiran mucho para atrás.
¿Son estas circunstancias compatibles con mi deseo de fomentar los objetivos
del feminismo?
Afortunadamente
sí. Los objetivos del feminismo van mucho más allá del mero pronunciamiento y
activismo político. De hecho, en términos legales y políticos la igualdad ha
sido en su mayor parte alcanzada en Occidente. No hay impedimentos legales para
que una mujer vaya a la universidad, viaje sola o abra una cuenta en el banco. La
política, en su raíz más original, es el campo de debate sobre la mejor forma de
ordenar una comunidad y los valores que la deberían regir, y aunque quedan mejoras
por realizar, considero que la principal barrera a la igualdad real ya no se
encuentra aquí sino en la sociedad, que está formada por todos y cada uno de
nosotros. Por eso el verbo que titula este artículo está en primera persona del
plural, y no en tercera persona del femenino, porque para que esta lucha tenga éxito
es necesaria la colaboración de todo el mundo, mujeres, hombres, de mí y de tí;
en definitiva, de nosotros. Muchas mujeres están ya ejerciendo empuje para
concienciar, impedir y eliminar estas prácticas sociales injustas, y a pesar de
que son perfectamente capaces de liderar y librar esta lucha por ellas mismas su
esfuerzo no servirá para nada si la mitad de la sociedad sigue tolerando estas
mismas prácticas y, por tanto, alargando su vida. No hay duda de que estas
prácticas desaparecerán en algún momento del futuro. La pregunta es cuándo, y
cuantas personas van a experimentar un sufrimiento innecesario porque no
supimos ponernos de acuerdo.
Fighting the good fight |
Aclarado esto, me gustaría centrarme en un aspecto de la palabra
“lucha”. La he elegido hilo conductor de este artículo porque es un término que
inconscientemente relacionamos con causas justas (“la lucha contra el cambio
climático”, “la lucha contra la opresión”, etc.) y que ha quedado ligado al
feminismo a través de la expresión de la “lucha feminista”. Sin embargo,
tenemos que ser conscientes de las connotaciones que tiene la palabra. El
concepto de lucha implica la existencia de un enemigo contra el que dirigimos
nuestros esfuerzos, ya sea un enemigo corpóreo o una realidad intangible. Pero
debido a que las realidades intangibles son, por naturaleza, difusas, y puesto
que necesitamos luchar contra algo, cuando
queremos erradicar una idea que sentimos que nos oprime, tendemos a identificarla
con el grupo o individuo que, a nuestro entender, defiende dicha idea, y a
enfocar nuestros esfuerzos contra todo lo que hace y representa dicho grupo.
¿Por qué esto es importante? Los seres humanos, en general, somos capaces de alcanzar
un consenso razonablemente amplio sobré que actitudes son indeseables y por
tanto deberían ser erradicadas. En el caso de feminismo, estas serían el famoso
patriarcado, el menospreciar y abusar de las mujeres, etcétera. Ahora bien, al
ser humano no se le da tan bien identificar a personas de carne y hueso que
encarnen estos criterios, porque esta relación mental entre la idea indeseable
y el enemigo que la representa está basada en prejuicios, suposiciones e interpretaciones
sesgadas de la realidad. Por supuesto, hay personas que son misóginas más allá
de toda duda, y muchas otras que participan de estas conductas negativas, pero no
hay que perder de vista el hecho de que este movimiento consiste en alcanzar
objetivos y no en destruir enemigos. Porque la lucha, precisamente, es un juego
de suma cero en el que uno de los dos contendientes vence al otro, rompe su
poder y obtiene superioridad sobre el vencido. El movimiento feminista no busca
eso, pero es una implicación inevitable del término que ha elegido y debe ser
muy consciente de esta realidad.
El movimiento feminista es increíblemente amplio y
variado, y está bastante descentralizado. En esto radica buena parte de su
fortaleza, porque tiene que dar respuestas a problemas muy diversos que afectan
a las mujeres de forma diferente. Pero por ese mismo motivo, el feminismo corre
peligro de malgastar sus fuerzas adoptando posturas confusas o incluso contradictorias
entre si. Según el movimiento crece, grupos dentro de él adoptan cada vez más
causas y enemigos: con el medioambiente y contra la sociedad de consumo, con
las minorías y contra los países industrializados neocolonialistas, con la
solidaridad internacional y contra el libre comercio… Quien considere que
exagero puede leer el manifiesto del 8M. El feminismo no puede convertirse en la
solución a todos los problemas de la Tierra. Puesto que toda convergencia
implica renunciar a ciertos objetivos o características propias para acoger los de otros grupos en un movimiento común, existe el riesgo de que la discriminación sobre
algunas mujeres parezca irrelevante cuando se compare con los
nuevos compromisos que el movimiento haya asumido en otros campos. Esta una
realidad incómoda, pero de la que se debe hablar. Las monjas, la reina, y las
mujeres del top 1% de la sociedad son tan mujeres como las prostitutas, la mujer racializada o la inmigrante islámica, y el hecho de que cualquiera de
ellas sea abusada, menospreciada o humillada por el hecho de ser mujer debería
ser igualmente inaceptable. El racismo, la desigualdad económica y el cambio
climático son de vital importancia, y es igualmente inaceptable que una
persona, mujer o hombre, sea discriminada por su etnia o creencia, pero al
igual que es importante saber distinguir dos enfermedades con síntomas parecidos
para aplicar el tratamiento correcto, es importante saber distinguir entre la
misoginia y el racismo, por ejemplo. El hecho de que defender la dignidad de
las mujeres y los inmigrantes sea perfectamente compatible y, de hecho,
deseable, no significa que ambas doctrinas se deban fundir en una.
Dos días antes al 8M me plantee no asistir a la
manifestación, ya que era consciente que marcharía junto a gente que podría
utilizar mi presencia como apoyo para interpretaciones de la realidad con las
que no estoy de acuerdo. Al final fui, y me alegro de haberlo hecho. Vi una
ciudad en las calles, gente muy diversa que había asistido a la marcha de forma
consciente para expresar que la discriminación que sufren las mujeres, simplemente,
no puede continuar. Sé que algunos grupos se sintieron decepcionados porque,
según ellos, la relevancia del día se diluyó en una masa enorme de personas
gritando eslóganes inconexos y no en una una revolución de la mujer obrera.
Solo puedo decir que para bien o para mal, esta es la sociedad y el feminismo
que tenemos, y puesto que ninguno de nosotros somos capaces de abarcar este
proceso en su totalidad más nos vale dejar de lado nuestras rencillas ideológicas y
construir sobre la marcha un feminismo coherente, claro, y sobretodo que no
deje ninguna mujer atrás, que debería ser la principal responsabilidad del
movimiento, no servir como trampolín a otros proyectos políticos. Todos los que
consideramos que este movimiento merece la pena tenemos que hacer un análisis
sobre la razón por la que luchamos y la razón que puede llevar a otros con los
que, en un principio, no parecemos tener mucho en común, para formar parte de
la misma lucha que nosotros.
Por Javier Díez
Disclaimer del autor: aunque sigo orgulloso de la mayoría de las cosas que escribí en este artículo hace dos años, hay algunas cosas en las que considero que mi criterio ha madurado. Las barreras entre la desigualdad de género, de posición social, de origen étnico y muchas más están más interrelacionadas de lo que estaba dispuesto a reconocer. Y ahora tiendo a buscar menos las narrativas que me resultan cómodas en vez de las que responden a las necesidades reales de las personas. Vamos aprendiendo, poco a poco. (7.03.2021)
8M2021