¿Pueden los 'ofendiditos' acabar con la democracia?



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A estas alturas, seguramente todo el mundo sabe a qué nos referimos con el término ofendidito, pero por si acaso hay alguno que no, bien puede enterarse a través de este vídeo del dúo cómico Pantomima Full (lo puedes ver al final del artículo). 

A finales del año pasado, El País publicaba una tribuna en la que se describía a este tipo de personajes como aquel sujeto "preocupado en exceso y en muchas ocasiones escandalizado por algún suceso cultural o mediático de alto impacto." O de otra manera, "es aquel que tiene el gatillo fácil para la indignación por lugares comunes o causas minoritarias, clama al cielo, y corre a opinar para recuperar la tranquilidad moral". ¿Quién no tiene entre sus contactos de Facebook o Twitter alguien así? Seguro que más de una vez te has descubierto riéndote de ellos, haciendo algún comentario irónico a una tercera persona en privado. 

Y es que gente si nos fijamos en la primera definición reflejada en el párrafo anterior, siempre han existido estas personas. Sus plazas públicas eran las oficinas donde trabajaban, los rellanos de los edificios, los viajes de autobús y las comidas familiares. Pero las redes sociales y las nuevas tecnologías los han hecho evolucionar a lo que expresa la segunda definición. No es ya que se indignen o crean que algo es tremendo, indignante, fíjate tú, habráse visto, no se a dónde vamos a llegar, etc., la diferencia radica en que sienten la necesidad, y casi diría el deber, de expresarlo en sus redes sociales. Y ahí es donde se encuentran unos a otros, crean afición y se regodean.

El escaparate que suponen las redes sociales nos hace pensar que todo el mundo gira en torno nuestro. El fácil acceso a un escenario tan global se nos ha subido a la cabeza y enseguida sentimos que todo lo que sucede en ese alrededor mundial nos afecta personalmente. La movilización con un clic (véase plataformas como Change.org) ha sustituido la manifestación callejera. Pensamos que sumándonos a una causa a través de Internet estamos cambiando el mundo pero no salimos a la calle a comprobar si de verdad se produce el cambio. Y nos quedamos en nuestra butaca, satisfechos por la labor que estamos realizando, y nos reafirmamos en la idea de que tengo derecho a quejarme y de que mis derechos como ciudadano libre están por encima de todo. Y nos convertimos en unos ciudadanos hipersensibles hacia lo propio, tremendamente egoístas, cuya única solidaridad es la virtual (la que solo me cuesta un clic) y cuya única comunidad es la virtual (la que tengo a golpe de clic). 

La sociedad se está volviendo cada vez más ofendidita. Y algunos partidos se están dando cuenta. Votamos para defender lo nuestro, aquello que -¡cuidado!, dicen- nos quieren quitar, la política gira en torno a cuestiones que nos indignan, pequeñas o grandes polémicas propias de plató de Sálvame. Se olvidan los temas profundos y de largo recorrido porque no caben en un clic. Porque para adoptar una postura respecto a ellos habría que leer y sopesar largamente.

El triunfo del populismo es el de aquellos políticos que han sabido recoger la indignación del pueblo con ciertos asuntos y hacer promesas -generalmente difíciles de cumplir- para contentarlos. Al confiar nuestro voto a un partido lo hacemos más pensando en qué me molesta personalmente en lugar de pensar qué nos conviene como comunidad. La democracia pretende ser un modelo de convivencia en el que todos los ciudadanos tienen cabida pero si no existe convivencia real y cierta búsqueda del bien común, podemos acabar por destruir el propio sistema.