El Arce de la Muerte


En silencio yacía
sobre su lecho de muerte
un arce que una vez fue marrón
y hogar de los animales silvestres.

Bajo la tumba de sus raíces
se escondían los besos ahogados
que hace tiempo se dieron
siluetas con nombre
que buscaban saciar su sed
bajo la copa de este árbol.

Su muerte no alcanzó
una esquela en el periódico.
Tampoco se le dio
su merecido funeral.
Pero sobre las arrugas de su tronco
aparecía un triste epitafio que,
como nadie leyó,
nunca se logró recordar.
Creo que decía algo de las semillas,
o de que, aun habiendo muerto,
este árbol seguiría siendo capaz
de dar vida.

Y nadie lloró por su muerte,
porque todo el mundo se olvidó de que fue
hogar de roedores,
de traviesos adolescentes,
de primeros amores,
de inviernos y primaveras,
de lunas y de soles,
de estrellas y de hogueras,
de dolores y pasiones...
En resumen, de la hermosa vista de esta pradera;
de la hermosa vida de esta pradera.
Pradera que hoy pierde
a un ser querido;
amigo que solo será visto
como un árbol más,
otro árbol en silencio
que murió, marchito, en el olvido.