AL MAR

Hace un año que no te veo
y las cosas han cambiado tanto...
La última vez que cruzamos caminos, miradas,
fuiste agobiante:
no supe cabalgar bien las olas,
me sentí enloquecer mientras buscaba un faro que me guiara
a aquel lugar del que todos me hablaban.
La verdad es que no sé si logré pisar tierra firme,
pero sí recuerdo que me alejaron de ti a la fuerza
cuando yo buscaba encontrarme,
perdida en las mareas que fueron bajando
sin avisarme.

Durante un tiempo no quise saber de ti;
las caracolas intentaban llenar mis oídos con historias sobre ti
y yo no lo entendía:
lo que escuchaba no se parecía en nada a lo que había vivido.
El verano pasado naufragué en la Isla Soledad
de donde nadie sale con vida,
y este año hasta he estado a punto de negarme a verte.
Pero hoy he caído en la cuenta de que
el culpable fue el marinero que me invitó a subirme
en un barco que no sabía navegar
y no tú, La Mar, como tanto tiempo quise creer
tras mi profunda zambullida.

Estoy deseando verte
y dejarme arropar con tus sábanas saladas.
Quiero que me vuelvas a mecer
en la espuma de tu sedoso tacto
y sentir de nuevo esa sensación que se asemeja
a volver a casa.

Lo siento, mar, por haberte culpado
cuando no supe ver las costas que me ofrecías.
No voy a perder la oportunidad de verte:
que la arena tome asiento,
avisa a las conchas,
a los peces y a los cangrejos
para que se vistan con sus mejores algas,
y recíbeme con los faros bien abiertos,
que quiero hundirme en un abrazo tuyo
y morir en tu eterna frescura
para sentirme más viva que nunca.

No sé cómo van a estar tus aguas
pero no me voy a acobardar
por miedo a la rapidez de tus corrientes,
y juro que nunca más lo haré:
aún estoy esperando a que me ocurra
lo que las caracolas me han susurrado al oído
y poder conocer, al fin, lo que es a-mar.