Por Ethel Sainz de Vicuña
Una vez las oscuras golondrinas echan a volar hacia el amplio cielo, nada vuelve a ser lo mismo. Y Bécquer tenía razón: no volverán. No volverán. Al menos, de la forma en la que se fueron. Echaron a volar siendo unas, y yo me quedé anclada en la tierra siendo otra, enredada en las raíces. Viéndolas partir, haciéndose cada vez más pequeñas, diminutos lunares del cielo azul.
Nada vuelve a ser lo mismo. Hay que aprovechar los primeros momentos: son frágiles, efímeros, pequeñas motas de polvo. Pasan desapercibidos. Una vez te rompen el corazón por primera vez, no ves el amor de la misma manera, no vives el amor de la misma manera. No hay nada como el primer bocado que se da cuando se tiene un hambre atroz. Nada como el primer baño del año, que te recuerda lo largo que se hizo el invierno, y lo bien que lo has sobrevivido. Pero una vez los pasas... ¡No volverán! ¡Y pocos son conscientes de ello!
Y por eso, ahora cuando veo una bandada de aves posadas en el suelo durante un breve descanso de ese exhaustivo vuelo, corro hacia ellas para espantarlas.
Con ansia espero a las tupidas madreselvas, mientras me pregunto si en el desierto pueden surgir brotes de la árida tierra, porque eso me da fuerza. Más que acordarme de esas estúpidas golondrinas.
Pero es cierto que desde el suelo todo se ve diferente. Cómo debe ser mirar a todos desde arriba, y verlos tan pequeños, como ellos mismos se sienten. Y saber que eres mejor porque vuelas, y porque no estás sujeto a unas cadenas. Porque nosotros no hemos nacido con alas.
Golondrinas, ¡venid a mí amigas mías! Rodeadme con vuestras alas y clamad que, aunque nada vaya a ser lo mismo, vuestro vuelo no cesa, y vuestro aleteo es mejor que cuando eráis polluelos.
Que aunque vuestras plumas se caigan, nada es suficiente para que dejéis de alzar al vuelo. Porque gracias a vosotras, el rocío tiembla con el despertar de un nuevo día.
Y si no volvéis vosotras a mi ventana, que al menos vuelva Bécquer y me hable de vuestra cobarde huida. Cualquier cosa, cualquier cosa, salvo quedarme en una vida sin oiros cantar.