El cáncer que nunca muere

Por Javier Díez




Washington DC, 1865. Sobre una tarima respaldada por una enorme bandera estadounidense, un hombre cuenta uno por uno los votos de los congresistas mientras éstos murmuran desde sus estrados. La tensión se masca en el ambiente. Lo que se vota es una de las medidas más radicales y controvertidas de la historia política estadounidense, y para pasar, necesita el apoyo de dos tercios de la sala, un resultado que está lejos de ser seguro. 
Un pesado silencio cae sobre la Cámara de Representantes cuando el portavoz de ésta, Schuyler Colfax, se levanta para comunicar el resultado de la votación: “En la aprobación de una resolución conjunta para enmendar la Constitución de los Estados Unidos, los síes son 119,  los noes, 56”
En ese momento, la sala estalla en vítores y los congresistas se abrazan y lloran de alegría. La 13ª enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que abolía e ilegalizaba la esclavitud en todos los territorios de esta nación para siempre, había sido aprobada por un estrechísimo margen.

Este acontecimiento supuso un hito en el proceso abolicionista mundial, que estaba cogiendo cada vez más velocidad desde que el Reino Unido legislara en 1807 contra el comercio Atlántico de esclavos, seguido por Estados Unidos en 1808. Estas leyes no supusieron la abolición de la esclavitud en sí, pero comenzaron un proceso imparable en todas las naciones europeas y americanas. España, Francia, Holanda, Portugal, Brasil y muchas otras naciones fueron aboliendo, gradualmente, el comercio de esclavos y la esclavitud en sus territorios a lo largo del siglo XIX. La Guerra de Secesión Americana supuso una encrucijada de primera magnitud en este camino, ya que los Estados Unidos eran el único gran estado occidental donde la esclavitud aún era practicada a gran escala en su territorio nacional (aparte de Rusia) y el único en el que la problemática de la esclavitud había contribuido a crear una guerra civil. Por tanto, la derrota de los confederados y la aprobación de la 13ª enmienda supusieron el espaldarazo definitivo para la causa abolicionista, y desde ese momento, todos aquellos regímenes que han abogado por integrar la esclavitud en su política han sido derrotados o han resultado fallidos. Sería simplista, incluso falaz, atribuir a la práctica de la esclavitud la descomposición del Imperio Ruso y el Imperio Otomano, o la derrota de la Alemania nazi y el Japón imperial, o la descomposición de la Unión Soviética, pero no podemos dejar de notar que todos esos estados practicaron la esclavitud de diversas formas.


A pesar de estos éxitos históricos, la esclavitud está lejos de ser erradicada. Hoy en día, según Global Slavery Index (GSI), existen entre 40 y 45 millones de esclavos en el mundo, la mayor cifra en número absoluto que ha existido nunca en la Historia. ¿Cómo puede ser esto? Una de las razones es la definición del término “esclavitud”. La siguiente está extraída de una entidad colaboradora del GSI: “…lo que estas situaciones tienen en común es que la persona está siendo explotada u obligada a casarse y no puede negarse o marcharse debido a amenazas, violencia, […] engaño y/o abuso de poder.” El considerar el matrimonio forzado como esclavitud es una incorporación moderna, pero me parece adecuada para entender el término en toda su dimensión. La implicación principal de la esclavitud es no tener capacidad de decisión, sueldo o derechos de ningún tipo, que es lo que diferencia a un ser humano de cualquier propiedad. Según los creadores de esta definición, el término es intencionadamente amplio para identificar a tantas personas en situación en vulnerabilidad como sea posible. Y esto es solo la punta del iceberg. El trabajo es titánico, y no ha hecho más que comenzar.

(Continuará...) (Image source)