Les presento un nuevo dispositivo
electrónico llamado móvil, un artilugio que revolucionará las pautas de
espionaje. Permite una visibilidad plena, ya que contiene una cámara trasera y
otra delantera, para así, no obstruir la actividad del que se está
observando en ningún momento, capta el sonido,
rastrea su localización, sus búsquedas, sus conversaciones, sus compras y lo más sobresaliente: es permanente, igual que la mirada de
aquellos cuadros que nos siguen a cada paso que damos.
Imagino que ustedes habrán
escuchado alguna vez que “cuando un servicio
es gratuito, el producto es usted”, pues bien, el ser humano se ha
convertido en el producto por excelencia y ha olvidado que las conversaciones
digitales no son igual de seguras y auténticas que las que tienen lugar cara a
cara.
Gracias al teléfono móvil
compañías cómo Google o Facebook -dueño también de WhatsApp e
Instagram- han sido capaces de crear los servicios gratuitos más beneficiosos
de la historia. Pero conseguir esto no habría sido tan fácil -si no imposible- sin
la invasión de privacidad a sus usuarios que se les ha permitido. Son
proporcionados, cada vez que surge una interacción, con la información de cada
individuo y la venden a terceros por temas de publicidad personalizada.
El otro día
hablé con una amiga sobre como me había pegado el sello de Tanqueray al
móvil. Les aseguro que jamás antes he mencionado esa botella de alcohol en una
conversación. Misteriosamente, al día siguiente, Instagram (quien tiene acceso
a mi micrófono) me enseñó un anuncio de esa misma botella. ¿Casualidad? Sería
demasiada. Aunque pueda resultar más alarmante la escucha de
conversaciones privadas de estas aplicaciones, hasta hace poco Gmail
desarrollaba algoritmos que se encargaban de rastrear y leer palabras
clave en nuestros correos. ¿Acaso no es inquietante la información y
el poder que poseen sobre la humanidad?
Podríamos
pensar que nuestros datos son solo utilizados para publicidad, pero
en 2014 Facebook se vio obligado a sacar a la luz un estudio realizado por
ellos en el que se demostraba que podían ser capaces de alterar el estado de
ánimo de sus usuarios según las publicaciones que se les enseñasen. Para ello,
utilizaron el perfil de miles de personas sin que estos fuesen conscientes de
que estaban formando parte de una investigación.