Una de las principales cadenas de ámbito nacional —o estatal, el tema de la identidad es pesado hasta para definir una televisión, acaba por ser imposible
no cometer un desliz, con tantas trampas y matices al acecho, con tantos
obstáculos dispuestos que obligan a permanecer alerta y siempre bajo la amenaza
de quedar retratado; aunque también cabría decir global,
que es más cómodo y sin duda adecuado, toda vez que la tele se puede ver por internet, el cual no es precisamente romántico,
como tampoco entiende de fronteras, salvo en algunos lugares y a menos que se
esté celebrando un congreso del Partido Comunista Chino en las proximidades—,
una cadena de televisión, digo, ha empezado a emitir un programa los jueves por
la noche. El programa, que presenta una admirada e infatigable periodista,
pretende revisar la historia de España desde 1975, a razón de año por entrega,
más o menos. Característica importante para distinguirlo de otro programa,
algo más antiguo, que un canal distinto emite de tanto en tanto, supongo que
cuando puede. Caso, este último, en que la distribución se hace sobre todo por
temas y está ceñida a la década de los ochenta, esa es otra peculiaridad. Por
lo demás, el formato y la apariencia son los mismos: imágenes de entonces a las
que siguen otras más actuales, una voz narradora de fondo, entrevistas a muchos
personajes y un repertorio de música conocida y pegadiza oportunamente
seleccionado, porque a todos nos gusta y la mayoría conoce. Funciona.
Funcionan porque casi siempre es agradable reconocerse en los momentos
importantes, sentir que se ha sido protagonista y participado en las grandes
cuestiones, especialmente en caso de que se las tenga por extraordinarias y
sobre todo históricas, tanto da que
uno voceara un 1 de octubre, el 24 de febrero (o en ambos, que de todo hay) o
que estuviera en casa tocándose un pie; de igual modo ocurre con las
catástrofes o con los atentados y accidentes más impactantes, hay ego hasta
para eso, yo viví aquello, qué horror, me acuerdo perfectamente, parece que lo
estoy viendo, si fue ayer, pobre gente. También con las cosas más simples o
cotidianas, a las que jamás se presta atención en tiempo presente porque son
parte asumida del entorno y que más tarde adquieren un valor desorbitado por
comparación, en particular los electrodomésticos y sobre todo los vehículos, ahora
los teléfonos y dentro de poco los smartphones.
Nada más claro que el nombre y la intro
de este nuevo programa, que utiliza la pregunta que Manolo García y los suyos
repiten en Insurrección. No cabe
responder que en ningún lado, a mí eso no me interesaba, qué emoción iba a
sentir; la pregunta es retórica, una excusa, todos estábamos allí, es evidente,
pintamos juntos lo que hoy somos, solo los egoístas y los desconsiderados se
encontraban ausentes o incordiando.
Existe la sensación de que nada se repite, por mucho que lo que hoy exista
y lo de ayer quizás —siempre quizás— quepa en mañana. Todo pasa y en algún
sitio habrá que encajarse, tal es el miedo a perderse y a no ser contado.
Distinto es lo que nunca ocurrió y sin embargo esperamos, las opciones o
posibilidades no aprovechadas, el tiempo perdido, agotado y no retornable. Se
llega entonces hasta el fácil absurdo de padecer nostalgia por lo que nunca se vivió,
basta con haberlo escuchado o leído, en el mejor de los casos. Porque la
memoria se moldea con una facilidad asombrosa, casi tanto como el deseo, por
medio de la imaginación. Acaso por eso Camus prefería mantenerse «al lado de
todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les
toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y
por la esperanza de volverlos a vivir», para no sentirse solo.