Por Adriana Giménez.
El cerebro es una máquina inteligente y ahorradora: como no cuenta con un número infinito de neuronas, utiliza las que tiene para guardar la información que considera importante; la que no, la deshecha, para utilizar las neuronas para alguna otra cosa. Esto contribuye a explicar que la respuesta a la pregunta ‘¿cuánto recuerdas de Historia de España de 2º de Bachillerato?’ suela oscilar entre ‘poco’ y ‘nada’. Esto no solo se puede aplicar a la historia, sino que la literatura y la filosofía, entre otras, sufren de lo mismo.
El cerebro es una máquina inteligente y ahorradora: como no cuenta con un número infinito de neuronas, utiliza las que tiene para guardar la información que considera importante; la que no, la deshecha, para utilizar las neuronas para alguna otra cosa. Esto contribuye a explicar que la respuesta a la pregunta ‘¿cuánto recuerdas de Historia de España de 2º de Bachillerato?’ suela oscilar entre ‘poco’ y ‘nada’. Esto no solo se puede aplicar a la historia, sino que la literatura y la filosofía, entre otras, sufren de lo mismo.
¿Cómo es posible que permitamos que el
contenido más enriquecedor, importante e interesante de toda la enseñanza
preuniversitaria, se olvide como quien olvida un número de teléfono? Y lo que
es peor, ¿cómo es posible que llegue a aborrecerse este contenido? La causante
de todo ello tiene nombre: Evaluación de
Acceso a la Universidad, EvAU. Así se ha llamado a la gran amiga del olvido
y del estrés; la enemiga de la curiosidad, del amor por aprender y del
conocimiento.
Ella lo destroza todo, porque por ella queda olvidado el
alumno y saturado el tiempo. Digo que se ha olvidado al alumno porque lo que
importa en segundo de Bachillerato no es entender, aprender y disfrutar aprendiendo, sino hacer un buen examen al final del curso. Así, una vez
hecho el examen, la información memorizada se presenta como innecesaria e
inevitablemente se olvida. Además, en
cuanto a la saturación del tiempo, cabe destacar que contar con tan poco tiempo
obliga a dar el temario a velocidades arrolladoras. Esto invita al alumno a
entrar en una rueda de estrés y memorización sin entender. Así, ¿cómo se puede
pretender que queden en la cabeza 1200 siglos de historia, aprendidos en pocos
meses, y casi en forma de lista de la compra? ¿Cómo se va a entender la
literatura si lo que respiramos de ella no son libros sino nombres al azar y
características malamente escupidas? Y más importante, ¿cómo se va a amar la
literatura si se estudia en esas circunstancias? ¿Cómo se va a amar el
conocimiento en general si no lo percibimos como fundamental para nuestra
vida?
Resulta, aunque pueda parecer extraño, que el hombre es
curioso por naturaleza, y que aprender le produce placer. Parece que el ser humano ha olvidado esta característica tan intrínseca, y el sistema educativo ha contribuido a ello. Quizá cabría preguntarnos qué podemos hacer para cambiarlo; qué podemos hacer para luchar por nuestra propia curiosidad, y por la de los que vengan detrás.