Por Adriana Giménez.
El cerebro es una máquina inteligente y ahorradora: como no cuenta con un número infinito de neuronas, utiliza las que tiene para guardar la información que considera importante; la que no, la deshecha, para utilizar las neuronas para alguna otra cosa. Esto contribuye a explicar que la respuesta a la pregunta ‘¿cuánto recuerdas de Historia de España de 2º de Bachillerato?’ suela oscilar entre ‘poco’ y ‘nada’. Esto no solo se puede aplicar a la historia, sino que la literatura y la filosofía, entre otras, sufren de lo mismo.
El cerebro es una máquina inteligente y ahorradora: como no cuenta con un número infinito de neuronas, utiliza las que tiene para guardar la información que considera importante; la que no, la deshecha, para utilizar las neuronas para alguna otra cosa. Esto contribuye a explicar que la respuesta a la pregunta ‘¿cuánto recuerdas de Historia de España de 2º de Bachillerato?’ suela oscilar entre ‘poco’ y ‘nada’. Esto no solo se puede aplicar a la historia, sino que la literatura y la filosofía, entre otras, sufren de lo mismo.
¿Cómo es posible que permitamos que el
contenido más enriquecedor, importante e interesante de toda la enseñanza
preuniversitaria, se olvide como quien olvida un número de teléfono? Y lo que
es peor, ¿cómo es posible que llegue a aborrecerse este contenido? La causante
de todo ello tiene nombre: Evaluación de
Acceso a la Universidad, EvAU. Así se ha llamado a la gran amiga del olvido
y del estrés; la enemiga de la curiosidad, del amor por aprender y del
conocimiento.

Resulta, aunque pueda parecer extraño, que el hombre es
curioso por naturaleza, y que aprender le produce placer. Parece que el ser humano ha olvidado esta característica tan intrínseca, y el sistema educativo ha contribuido a ello. Quizá cabría preguntarnos qué podemos hacer para cambiarlo; qué podemos hacer para luchar por nuestra propia curiosidad, y por la de los que vengan detrás.