Por Rafa Cotarelo.
El asunto es grave, aunque no tanto como podría haber sido. Me imagino el
silencio que se tiene que notar. La soledad tan atroz —a pesar las decenas de
miles o incluso millones de personas que se manifiestan en apoyo de uno,
acabada la manifa se irán a tomar
algo o a casa sin la amenaza de ser encarceladas durante casi treinta años— y el
gélido terror que probablemente se sufra al apagar la luz todas las noches. O,
si se ha conseguido dormir algo, hasta la serenidad que quizás ocupe la mente
durante unos instantes, nada más amanecer, justo antes de caer en la cuenta de
que la realidad es bien distinta a lo soñado. Puede que entonces venga el
momento del arrepentimiento, el pelo aplastado y la boca seca, de pensar si no
habría sido mejor dedicarse a otra cosa, tener una vida más sencilla y sobre
todo tranquila.
Seguramente en respuesta uno
intentará encontrar alguna justificación digerible capaz de disipar la duda y
de apartar la debilidad, del orden de lo
hice cumpliendo con mi deber, en el caso de los incorregibles y de los atrevidos,
entre los cuales se cuentan con asiduidad los fanáticos; o no había alternativa, como sucederá con los más cómodos o directamente con los cobardes y sin duda con los cínicos.
Habrá también casos de honestidad (más abundantes de lo que creemos) aunque esta
se revele únicamente frente a un espejo y no siempre. Casi nadie asume el riesgo
voluntariamente. No son dudas muy distintas de las que con frecuencia asaltan a
cualquier persona, como tampoco difiere en mucho el sentido de la respuesta. En
la mayor parte de las situaciones poco importa explicar las cosas a posteriori, cuando lo fundamental ya
ha ocurrido, más que para otorgarle un sentido al momento en que se vive y a
veces a lo que todavía está por venir.
Las rebeliones son imprevisibles.
Un hombre tranquilo, tan insignificante que acabó por ser extraordinario,
propició la mayor rebelión de la historia hace exactamente cien años. Pocos lo
conocían, salvo aquellos con motivos suficientes para temerlo. Y aun así todo
podría haber sido distinto, como casi siempre, de haberse dado otras circunstancias.
Cuántos planes urdidos de noche, en la más embriagadora y pertinaz de las
calmas, uno descubre vacíos e irrealizables cuando es tarde. Fueron años trabajando en la
oscuridad. Quien se rebela ha vivido largo tiempo en zonas penumbra esbozando
planes en la sombra; porque de eso se trata, de dibujar rutas insospechadas
para abrirse camino a cualquier precio, por alto que sea, y eso requiere
grandeza. Lo demás es llamar la atención.