Por Íñigo Madrid
Hay ocasiones en que la ficción hace brecha en la
realidad, se cuela por ella y la hegemoniza. Esto es exactamente lo que pasa
cada vez que se estrena una nueva temporada en Netflix o HBO, ya pasó
con la séptima temporada de Juego de
Tronos y, ahora, ha vuelto a ocurrir con la segunda temporada de Stranger Things.
¿Que qué pienso? Que ya no importa la calidad de los
diálogos, ni los planos, ni siquiera quién es el director del capítulo: ahora
lo que atañe a la masa es poder participar en el relato colectivo. Esperad, que
lo materializo. Si vas a montarte en el metro y ves un anuncio en el andén
anunciando los nuevos capítulos; sales a la Puerta del Sol y hay un cartel con más de lo
mismo; entras en el restaurante dónde has quedado a cenar y la conversación
gira sobre lo mismo, no te queda otra opción: vas a hacer lo mismo.
Aunque yo ahora hable de relatos y demás estupideces
conceptuales, estamos refiriéndonos a lo de siempre, al tener algo que decir.
¡A quién le importas si no tienes nada que decir! Antes, por lo menos, era
menos descarado, ahora todo dios participa en el mismo cuento. Permítanme decir
que es un auténtico coñazo.
Yo os propongo algo: cada vez que estrenen una nueva
“gran” temporada, os vais a la
biblioteca, sacáis un libro y lo empezáis esa misma noche. Cuando termine el
período de embriaguez colectiva, os hacéis un buen cubo de palomitas y veis esa
nueva “gran” temporada. ¿Pero esta es la misma serie de la que habla todo el
mundo?, pensaréis.