A cada año que pasa aumenta el número de noticias de
preocupación a causa de la adicción o dependencia creciente de las masas a los
móviles. Y no, no son solo los jóvenes, como quieren hacernos creer: también
una gran proporción de adultos sufre de este problema. ¿O es que acaso no han
visto la cantidad de gente que va caminando por la calle con un teléfono en la
mano?
Piensen. ¿Cuántos de ellos superan los treinta años?
¿Lo ven? No son solo los adolescentes; el furor telefónico
está en todas las edades, si bien en unas se puede dar con mayor frecuencia.
Puede ser que los jóvenes empleen sus móviles para ocupar
tiempo de ocio. Puede ser que los adultos los usen para trabajar. Y viceversa.
Situaciones hay muchas y diversas, y no es cuestión de generalizar ahora mismo.
El tema de discusión que nos trae aquí es: ¿por qué? ¿Por qué ahora un
porcentaje considerable de relaciones sociales se establece mediante el texto
escrito, y no de manera hablada? Es fácil de suponer tras esta introducción: la
aparición de los smartphones ha supuesto un antes y un después para la forma en
que se relaciona la humanidad. Y como todo gran cambio o evolución, requiere de
un tiempo de adaptación. El problema es que actualmente no se está dando ese
periodo de procesamiento de la nueva realidad.
Retrocedamos en el tiempo. Soy perfectamente capaz de
recordar que en la década pasada todavía eran habituales los teléfonos clásicos,
esos que casi solo servían para hacer llamadas y mandar mensajes SMS, y que,
con suerte, tenían algún juego preinstalado. Más atrás todavía, los teléfonos
eran auténticos mamotretos que había que llevar en maletas. Pero la verdad es
que no hace ni cuarenta míseros años de la aparición de los primeros aparatos
telefónicos comerciales. Ahora díganme ustedes si es posible la creación de una
normalización de conductas apropiadas en relación a esos aparatos en una franja
tan reducida de tiempo cuando, además, no hacen sino cambiar de forma a cada
año que pasa.
Cuando tenía once años, todos mis conocidos tenían una Black
Berry, un móvil –espérense, seguro que ahora les extraña- cuyo teclado era
físico y se disponía por debajo de la pantalla. ¿Curioso para 2017, verdad?
Cuando se lo cuento a mis familiares menores se quedan enormemente
sorprendidos. Y no es difícil de comprender cuando prácticamente solo recuerdan
los modelos más recientes. Esto solo lo
menciono como ejemplo del vertiginoso proceso de evolución de los móviles.
Cierto es que no parece gran cosa, sí, pero siguen siendo cambios
razonablemente considerables. Y son
estos cambios, esta constante evolución, la que creo que es culpable de la no
existencia de unos protocolos de comportamiento o normas de etiqueta a la hora
de emplearlos, que en definitiva acaban generando esas ya tan habituales
situaciones en las que se reúnen cinco personas, por ejemplo, empleando todas
ellas sus smartphones y sin dirigirse la palabra. No es solo adicción. Las normas
que existían antiguamente han quedado desfasadas y obsoletas por la tecnología.
Nuestro mundo en constante evolución vive actualmente una
situación de la que muchos se quejan. Pero para poder salir de ella necesitamos
o bien tiempo para que nuestra sociedad genere unas normas de comportamiento en
lo referente a estos cambios o bien que estas sean implementadas
inmediatamente; esta inmediatez casi imperiosa seguramente provocaría que ni
siquiera fueran cumplidas.
Y todo esto suponiendo que el proceso de evolución de los
teléfonos se detuviera. Imagino que ya saben que creer que se parase es como
creer en utopías.
Entonces, ¿qué va a pasar? Bien, hay dos opciones: por un
lado, los cambios que vienen serán fácilmente interiorizables y se podrán crear
estos protocolos; por el otro, estos cambios serán demasiado drásticos y
seguiremos en la línea de estos comportamientos de priorizar las interacciones
a través de los teléfonos móviles antes que las relaciones físicas. Sin
embargo, ¿quién nos dice que este no es el camino que va a seguir a partir de
ahora la vida social?
Solamente aquellos que renieguen de esta forma de
interacción lograrán implementar un código protocolario propio. Sin embargo, los
móviles no deberían rechazarse de pleno: son una herramienta muy útil surgida
en nuestro tiempo, que nos permite comunicarnos con personas de todo el globo e
interactuar con ellas. Los móviles y redes sociales no deberían separar, sino
interconectar, haciéndonos ganar en perspectiva. Aquel que se cierre en pleno a
incrementar sus puntos de vista correrá el riesgo de quedarse por detrás.
Por último, quiero destacar que cualquier actividad
realizada con mesura y equilibrio no debería suponer un problema grave. Y para
ello cada usuario de móvil debe ser capaz de identificar cuál es y dónde está el límite.