Desde segundo de bachillerato todo el mundo habla de la universidad, de qué carrera va a elegir, hacia dónde va a orientar su futuro…
Es
muy complicado saber, a una edad en la que las emociones nos desbordan,
qué nos atraerá más adelante. Sobre todo, es muy complicado decidir,
ya, en qué va a consistir nuestro futuro. Y en eso transcurre segundo.
Multitud de dudas que
nadie puede responder por ti, un sin fin de intentos por conocerte
mejor y saber qué te hará feliz… Y al final te embarcas en una aventura
sin un camino claro.
En mi propia piel, no solo tuve que decidir qué hacer, sino dónde hacerlo; ya que contaba con una amplia lista de posibilidades.
Al
comenzar segundo pude aplicar a universidades inglesas, y durante mis
primeros meses del caos en el que se convierte el último año de colegio,
tuve que seguir un proceso en el que acabé, satisfactoriamente,
aceptada (con condiciones) en tres de las cinco universidades a las que
apliqué.
Eso me llevó a un estado de indecisión total, ya que irme no solo implicaba tomar una determinada ruta profesional, sino también cambiar mi vida de arriba a abajo.
Tras
mucho pensar, reflexionar, intentos frustrados de conocerme mejor, etc,
decidí que por una vez en la vida me alejaría de mi zona de confort
para comenzar algo que desde hace ya un mes se ha convertido en mi nueva
vida.
Es
difícil decir si tomé la decisión correcta cuando hube de hacerlo, pero
por ahora no puedo quejarme del ritmo que está llevando mi vida.

Llevo dos semanas en las que he tenido que aprender a poner una lavadora, a cocinar y mantener una dieta equilibrada, llevar un presupuesto razonable, estudiar al día… En fin, poco a poco me he dado cuenta de que era posible sobrevivir sin tener a “papá y mamá” agarrados.
Quizás
para mí ha sido pronto, ya que durante estos años todavía somos pocos
los que nos vamos de casa, por decirlo de algún modo. Pero poco a poco
todos vamos descubriendo que el mundo que nos describían en esas clases
de 4º de la ESO, y que tan lejos parecía estar, no hace más que
llamarnos. Para que, antes o después, nos lancemos a diseñar nosotros
mismos lo que queremos que sea nuestra vida. Se acaba eso de tener a
alguien todo el rato recordándonos qué debemos hacer, cuándo hacerlo y
cómo, y empiezan los fallos, equivocaciones, retrasos pero, sobre todo,
autosuficiencia, madurez y emprendimiento.
Acabo con una frase que resume muy bien estas semanas de adaptación:
“Si estropeas la camiseta, a la próxima sabrás qué programa de lavado usar.”
Gracias, mamá.