Sobre la película "Fue la mano de Dios" de Paolo Sorrentino

María haciendo malabares con tres naranjas. Fotograma de "Fue la mano de Dios" (2021) Paolo Sorrentino

María haciendo malabares con tres naranjas. Fotograma de "Fue la mano de Dios" (2021) Paolo Sorrentino

Para escribir un buen artículo no hace falta decir muchas cosas. Con unas pocas palabras basta. Los mejores artículos tienen un solo mensaje. Después se puede adornar, llenar de ego o vaciar de rabia. Se puede, incluso, hacer con el papel un avión que vuele en círculos. Y el artículo soportará todos estos cambios si el mensaje es claro y unívoco.

Este hecho, que resulta aparentemente sencillo, se envenena a la hora de ponerse a escribir. Un redactor, un escritor, cualquier persona que junta palabras, siempre encuentra nuevos mensajes en el proceso de creación.  Los descubrimientos a los que se presta la escritura son innumerables e impertinentes. Se cuelan en los textos y hacen cautivo al redactor, cautivo de su propio asombro. 

Escribir es entenderse. Cualquier texto, un poema, un artículo, la lista de la compra, refleja nuestros pensamientos. Escribir es mirarse al espejo. Y el día que encontramos un nuevo lunar o un grano o una herida que no recordábamos habernos hecho, no podemos evitar que nuestra mirada descanse sobre ellos y darles una atención especial.

Esto que sucede con la piel sucede con los artículos. Y pronto, un texto que hablaba sobre entropía, terminaba hablando sobre el amor y un relato que quería hacer metáforas con el concepto de creatividad, se transformaba en un canto a la libertad.

Trato últimamente de evitar incluir nuevos mensajes en los textos, para que no tergiversen el mensaje inicial, aquel que verdaderamente quería comunicar. Y me doy cuenta, que evitarlos es como no mirarse al espejo, como olvidarse de uno mismo.

No hay mensaje más importante que aquel inesperado. Aquel que descubrimos en las comisuras de nuestros propios labios y, sin saber cómo, se plasman en el papel. Si al leer la sorpresa cerramos los ojos y no seguimos su hilo, no estamos simplificando el texto, no estamos limpiando el mensaje, sino que estamos condenando al olvido a la emoción, a la ilusión del que descubre un tesoro y desea compartirlo. El buen redactor debe entonces aprender a distinguir las nuevas ideas de las ideas de relleno. En un artículo no se necesita relleno, es una de sus grandes virtudes. Al lector le interesa el esqueleto. Es un esbozo, un rápido dibujo de lo que pudo ser un ensayo, un libro, y se quedó en artículo. 

Para escribir un buen artículo no hace falta decir muchas cosas. Con unas pocas palabras basta. Los mejores artículos tienen un solo mensaje. Pero yo no quiero escribir un buen artículo. Quiero conocerme y descubrir todas esas verdades que, esquivas, se esconden tras las palabras. 

Y como yo, tantos otros. En ocasiones se combina un buen artículo con este proceso de introspección. Paolo Sorrentino en "La mano de Dios" (2021) quiere esto mismo. Hace interesante al otro su propia exploración. Una película autobiográfica, por mucha decoración y ego que pueda acoger, es un constante descubrimiento. Una búsqueda en la que el autor no duda en tomar caminos diversos e inesperados para descubrirse a sí mismo.


Por Juan Cabrera González