Vivir en la Irrelevancia

 

Carlos V en la Batalla de Mühlberg – Tiziano (Fuente: Museo del Prado)

A lo largo de toda esta semana, hemos podido ver en nuestros medios de comunicación análisis sobre el breve encuentro entre Joe Biden y Pedro Sánchez en la cumbre de la OTAN. “Análisis” de toda índole: desde repasos de encuentros entre los presidentes de Estados Unidos y España a lo largo de los años, hasta una revolución en la
memesfera en la que sus usuarios no han dudado en retratar al presidente del Gobierno como un ‘vende-biblias’ con el que Biden tuvo que lidiar. Estos segundos de conversación no solo han causado indignación entre los ciudadanos, sino que incluso parecen haber dado solución al eterno problema del espacio-tiempo al batir récord de mayor número de temáticas discutidas por segundo. 

A pesar de la variedad de formas en las que los ciudadanos han expresado su opinión al respecto, la conclusión parece ser la misma: España ha perdido de forma definitiva cualquier tipo de relevancia que pudiera quedarle en el mundo de las relaciones internacionales. En definitiva, es la evidencia de que a España no le queda ni un ápice de poder de decisión en el mundo político internacional. Actualmente, el nivel de nuestra irrelevancia es tal, que nuestro presidente no merece ni 1 minuto de conversación con el presidente de los Estados Unidos de América.

Los últimos días llevan a pensar sobre el verdadero significado del poder y todo lo que lo rodea. Los debates, memes y comentarios a raíz del anecdótico encuentro (porque no se puede llamar de otra manera), constatan la popularidad del uso como unidad de medida de la “relevancia” y el “poder” el número de minutos de conversación que el presidente de EE. UU. conceda a una persona. Aunque las cosas estén cambiando y ahora lidiemos con países con un poder similar, es interesante la manera en la que medimos nuestro poder internacional en estos términos. Sin embargo, esto no ha sido siempre así. 

A lo largo del tiempo, el poder se ha medido en prestigio social, dinero, palacios, joyas o incluso símbolos (sin los que ahora no podría entenderse el concepto poder). Como dice Javier Sierra en su novela El Maestro del Prado, de la que he bebido para redactar este artículo, el uso de símbolos quizás se deba a la necesidad de los gobernantes de apoyarse en ellos para “sentirse menos solos allá arriba”. Al referirme a los símbolos, hablo de la importancia que tienen los significados positivos/negativos en las narrativas de los partidos; símbolos políticos que nos recuerdan a ideologías o momentos históricos (por ejemplo, la esvástica); o incluso objetos con mucho significado para la ciudadanía. Esta semana se me ha venido uno a la cabeza que fue especialmente importante durante el reinado de Carlos V: la Lanza Sagrada de Longinos.

Longinos es un personaje bíblico que pasó a la historia por clavar en el costado de Jesucristo la lanza que le dio muerte. Desde ese momento, las historias sobre Lanza Sagrada o Heilige Lanze han pasado de generación en generación y la han hecho consagrarse como el símbolo definitivo de poder. Cuenta la leyenda, que el gobernante que posea esta lanza tendrá un poder fuera de lo imaginable. Algunos de sus más célebres poseedores son Carlos V, Federico Barbarroja, Napoleón Bonaparte, Adolf Hitler e incluso se especula que llegó a estar en las manos de Carlomagno.

Carlos V, al encargar su retrato en la Batalla de Mühlberg, insistió en que Tiziano le retratara, no con una espada u otro símbolo más propio de un rey, sino con una lanza - con LA lanza. Este cuadro que retrata posiblemente nuestro momento más próspero como país, suele pasar desapercibido y es incluso olvidado por muchos al visitar el Museo del Prado. Este cuadro es en lo que nos hemos convertido, un recuerdo de lo que un día fuimos: un cuadro olvidado en un pasillo lleno de otros quizás más atractivos para los visitantes del museo que son quienes realmente importan.

No es la nostalgia por un momento histórico que consideramos “más próspero” por X razones/circunstancias, es pena lo que me produce ver esos segundos de paseo. Pena por ver en lo que nos hemos convertido, pena por ver que no importamos NADA. No es un problema de partidos políticos porque es un tema que viene de largo, es un problema de falta de previsión-visión a largo plazo y la indudable ausencia de un proyecto de país que surja de un Pacto de Estado. Ojalá llegue pronto. No lo olvidemos, por muchas lanzas que tengamos o que nos inventemos, el poder de Carlos V y de Estados Unidos, viene de otro lado. Mientras esperamos, nos tocará aprender a vivir en la irrelevancia.


Por Marta Molina Urosa