Más vale un nieto dispuesto



Señoras y señores. Como si la fila no estuviese, se dirigen hacia la caja. El resto ya ni les mira, saben lo que ocurre. Serenos, firmes, con la mirada al frente y la compra en mano, se detienen a pocos metros. La cajera tampoco protesta: sabe que saldría perdiendo. Michael J. Sandel escribe en Lo que el dinero no puede comprar sobre cómo el mercado ha corrompido ciertos valores. La ética de la cola, entre ellos. De lo que no advirtieron a Sandel es que hace ya años que las señoras, y tampoco pocos señores, acabaron con esa norma en España en Eroskis, Dias y Alcampos de barrio. Hoy, algún que otro apurado compra el pase rápido del parque de atracciones, pero a ellas no les ha hecho falta soltar prenda. A unos, la categoría se la da el dinero. A otras, la edad. Esto último, para compensar que la tecnología discrimina.

La cola a la que se refiere Sandel, filósofo estadounidense, no hay que imaginarla en fila india: la sala de espera del hospital, el tumulto de gente frente a la charcutería o la espera con la cancioncilla de atención al cliente también son colas. Esperar por orden de llegada, en definitiva, es de lo que hablamos.

Hay filas y filas. De todas ellas, las menos llevaderas son las que, aparentando ser cortas, se hacen eternas. En ellas se ve lo igualador de las filas: los cinco primeros quizás la empiecen orgullosos de su hazaña, pero no tardarán en compartir las muecas de agotamiento con los últimos. En las colas convencionales no suele haber excepción: ricos y pobres, mayores y jóvenes, esperan.

Al hablar de convencionales, deberíamos hablar hoy de anticuadas. La fila es también un engaño. Desde hace años, las filas han accedido a puertas, literalmente contiguas o no, a otras donde el pase era rápido, cariñoso y afectivo. Los importantes siempre han corrompido las colas. Pero hoy, la importancia no es requisito: en cines, teatros, clubes y estadios — lugares que, como la fila, igualaban —, la cola se sigue viendo como legítima y justa, mientras otros, aquellos con dinero, la vulneran. La diferencia, esta vez, no la hay entre los poderosos y el resto, sino que, dentro de la propia clase media, se ha acentuado la división: el “pase rápido” se ha vuelto accesible para personas no tan alejadas de nosotros y, con ello, lo hemos legitimado. Aspiramos a él, a veces, y quizás no sea malo: negocio, al fin y al cabo. Como decía Sandel, “la ética de la cola está siendo desplazada por la ética del mercado”.

Sin embargo, con ello, se ha dado pie a la tolerancia ante este tipo de ventajas y a que otro elemento también se haya convertido en diferenciador: la tecnología. Nos trae comodidades y eso es irrefutable. Es incluso pedante recurrir a ejemplos ante algo tan evidente. Sin embargo, hay una línea fina — fina por parecérselo al Estado y empresarios, porque a otros nos parece gruesa y evidente — que separa lo que es una comodidad de lo que estigmatiza, divide y separa a los pobres y a los viejos. Esta vez, no es quien más dinero tiene el que antes entra, sino el que puede acelerar los trámites gracias a un ordenador, Internet y conocimientos informáticos.

Todo lo anterior no debería ser tolerado por parte de agentes como el Estado. Dentro de la campaña Renta 2020 de la Agencia Tributaria, reservar cita, obtener la conocida como Cl@ve para hacer ciertos trámites o presentar un borrador de la renta online son también pases rápidos, pero solo para quienes saben llevarlos. Cumplir con tus deberes, realizar tus tareas o reservar un servicio ya no se entienden sin Internet. Hay que celebrarlo, por supuesto, y jamás eliminar los avances, pero no acentuar la desproporción. La tendencia, tanto en la Agencia Tributaria como en otros lugares, es poner todos los esfuerzos y recursos en esas alternativas online. Así, mientras los vídeos sobre las facilidades de lo que es en línea abundan, los teléfonos esperan a ser atendidos durante tiempos inmesurables.

La tecnología aleja a quien no sabe usarla de la sociedad, humillándola por no saber algo que se da por aprendido. Nosotros, que hemos aprendido a tolerar que se corrompan las colas, consideramos legítima la ventaja que esto nos concede. A los pobres de siempre, hoy se le han sumado los viejos. Y si bien la edad sigue siendo pase rápido orgulloso y soberbio en ya cada vez menos contextos, como los supermercados, hoy es más útil un nieto dispuesto que la maña y educación de toda una vida.


Por Alessandra Pereira