Madre

Dedicado a todas las madres y abuelas del mundo, allá donde estéis. 

Querido lector, el artículo de hoy será probablemente uno de mis trabajos más personales y en los que más ilusión he puesto. Hoy, primer domingo de mayo, es celebrado en toda Europa el día de la madre. Lejos de las opiniones de aquellos que consideran que se trata de una fiesta comercial creada por el capitalismo como forma de recaudar fondos para las grandes empresas, una figura como la de una madre no merece menos que un día de celebración, de cariño y sobre todo de descanso. Soy de los que piensan que todos los días debería ser el día de la madre, ya que cuando estamos con ellas, todos los días son el día del hijo para nosotros.

Un conocido texto de Fundlib lo explica mejor de lo que yo lo haría con mis propias palabras: “Os aseguro que las mujeres más bellas que he visto, no han sido en ninguna revista, las veo por la calle tirando de niños con rabietas, empujando carritos de la compra, conduciendo cochecitos de bebé. Os aseguro que las mujeres más fuertes que he visto no han entrado en los récords Guinness, las he conocido haciendo cocidos con fiebre y dolor de cuerpo, sacando a sus hijos de lugares que los podían haber llevado al otro mundo. Os aseguro que las mujeres que más curan no son licenciadas en medicina, las he visto besar heridas de rodilla, abrazar y colocar el alma, sonreír y quitarte las penas, darte la mano y cobijarte.”

Las mujeres somos súper heroínas por muchos motivos a lo largo de nuestra vida, pero uno de los más impresionantes, según mi criterio, es por el hecho de poder crear vida. Pocas veces nos detenemos a pensarlo, ya que parece un hecho tan cotidiano como cualquier otro, pero es algo increíble como nuestro propio cuerpo puede crear y dar forma a un ser tan pequeño y tan perfecto. Puede que, alguna vez, al ir a visitar a algún recién nacido, hayamos escuchado la frase “¡Qué bien hecho está!” y la hayamos digerido con cierta sorna. Realmente no es ninguna tontería fijándonos en el nivel de detalle que tiene el cuerpo de un bebé: unas manos y unos pies con todos sus deditos pequeñitos y perfectos, unas orejitas diminutas, una carita arrugada…es casi como si hubiese logrado un proyecto perfecto. Y ese es sólo el inicio de todas sus proezas.

Según vamos creciendo, cuántas noches sin dormir habrán pasado, primero por nuestros lloros, después porque teníamos miedo e íbamos en mitad de la noche a su cama, sabiendo que si aparecía el coco mamá podría con él y con veinte más. Años más tarde, cuando empezamos a salir de noche, por la preocupación de si llegábamos bien a casa, por que no nos pasase nada. Cuántas malas contestaciones han recibido, cuántas veces nos han perdonado sin habernos arrepentido de haberles hecho daño. Con cuánta ilusión han vivido todos nuestros logros y cómo han sufrido todas nuestras penas. ¿Cómo no vamos a vivir como el más duro de los golpes la pérdida de nuestra primera amiga, nuestra protectora? De la persona que nos enseñó a querer por encima de nosotros mismos.

Pese a todas las aproximaciones que pueda intentar hacer, el cariño de una madre no se comprende hasta que se vive. Por eso, hoy, pongo voz a una reciente madre y gran amiga, que vivió la emoción de, de repente y para siempre, sentirse responsable de algo más grande que ella misma. De la relación más sincera de entrega y amor que puede darse entre dos personas. Es, sin duda, un caso atípico, ya que hoy en día no todo el mundo quiere ni se atreve a ser madre a una edad tan temprana como la veintena. Sin embargo, no podría estar más orgullosa de ella y del valor que ha tenido, aunque las circunstancias no siempre hayan sido fáciles ni vayan a serlo. Por todo ello, como relato de valor y de superación personal, me ha parecido importante dar visibilidad a su testimonio a través de un par de preguntas esenciales para demostrar que ser madre joven sí es posible si se quiere.


¿Cómo has vivido este nuevo reto? ¿Qué ha significado para ti ser madre?

“Si tuviera ahora mismo que describir esta experiencia, para mí lo describiría en dos palabras: miedo y brutal. Por un lado, diría miedo porque es algo que suele estar presente en todo momento y en mi caso particular más aún ya que un embarazo a los 20 años no es algo esperado y asusta mucho la idea de futuro. ¿Y si no soy capaz de ser buena madre? ¿Y si no le doy a mi hijo lo que necesita? ¿Y si mi pareja no es con la que voy a compartir mi vida? Miles de “¿y si…?” te rondan en la cabeza y miles de miedos a fracasar, a defraudar. La verdad que la sociedad no se lo pone nada fácil a la gente joven. Quedarse embarazada a esta edad no es una barbaridad siempre y cuando seas capaz de afrontarlo y asumir la responsabilidad que ello conlleva. Yo defiendo la vida y en ningún caso hubiese abortado a mi pequeño, pero conozco casos en los que las chicas se sienten presionadas a hacerlo porque ser madre tan joven se considera una inconsciencia. Aquí reside una de las cosas que no entiendo de la sociedad, ¿Por qué se le mira mal a una chica embarazada a esta edad en la calle? ¿Tiene algo de malo dar vida? ¿Estoy haciendo algo que esté mal?

Yo también he sentido mucho miedo a ser juzgada por mi entorno y lo he pasado realmente mal, pero, sinceramente, este bebé es lo mejor que me ha pasado y es el regalo más bonito que me ha podido hacer Dios. Soy consciente de que las cosas no son fáciles ni lo van a ser, pero precisamente ese es el motivo por el que estoy dispuesta a trabajar el doble. Estoy segura de que merecerá la pena.

Después de mis primeros miedos a ser juzgada, a fracasar y a defraudar a los demás, según avanzaba el embarazo, empezó el miedo a que le pasara algo al niño. Intenté e intento todos los días cuidarme para cuidarle y darle lo mejor en cada momento.

Ser madre es algo brutal y lo es a cualquier edad. Para mí no hay nada más bonito que dar vida.”


¿Cómo te sentiste la primera vez que viste a tu niño?

“La verdad que a lo largo del embarazo he sentido diversas emociones, pero ninguna igualable al momento en el que vi a mi bebé por primera vez. No sabría explicarlo con palabras, pero es un momento de euforia, de felicidad plena. Después de tanto tiempo de espera, te ponen encima al amor de tu vida.

En ese momento es en el que te das cuenta de que no hay dolor ni molestia que pueda estropear ese momento, todo en sí es perfecto.

No puedes parar de mirar a tu bebé y te mueres de ternura con cada gesto que hace, y en ese momento es donde empieza tu nueva vida, llena de nuevas emociones y, sobre todo, al lado de tu pequeño”


Aunque hasta ahora me he referido principalmente a las madres como aquellas personas que nos dan a luz, nunca se debe olvidar que la figura de una madre va mucho más allá de esto. Este también es un día de celebración para todas aquellas mujeres, mejor definidas como guerreras, que, aunque no nos han llevado en su vientre, nos han criado con el amor y ternura que se le profesa a un hijo propio. Me refiero a todas aquellas abuelas, tías, madres por adopción e incluso hermanas mayores en algunos casos que se han levantado un sábado a las cinco de la mañana a darnos un biberón, nos han venido a buscar a la puerta del colegio y nos han querido por encima de lo humanamente posible. Nunca debemos olvidar que madre no es la que alumbra sino la que cría. Por eso, para todas ellas, es también su día.

El resumen de este domingo, para todas las madres, puede concentrarse en una palabra: gracias. Gracias por pasar nueve meses esperando a conocerme con ilusión, pese a que te encontrases mal y vieses cambiar tu cuerpo. Gracias por ser mi primera maestra, por enseñarme a andar, a comer, que las cosas se piden por favor y que siempre hay que dar las gracias cuando alguien hace algo por mí. Gracias por saber corregirme con cariño cuando me he equivocado. Gracias por haber ejercido de médico, psicóloga, confesora, modista, chef, monitora de juegos, estilista, profesora, fotógrafa y guardiana. Gracias por ser mi primera amiga y la única que siempre ha permanecido en las duras y en las maduras. Gracias por aguantar con paciencia todos los disgustos que te he dado, y por celebrar todos mis triunfos conmigo.

Al futuro sólo le pido que, para el día que me faltes, yo haya sido capaz de retener lo que me has enseñado. Que pueda educar con el mismo valor y la misma ternura a mis hijos, y que en ellos pueda ver parte de todo lo que tú me has inculcado a mí. Sé que estarías orgullosa.

Tus brazos siempre estaban abiertos cuando necesitaba un abrazo. Tu corazón entendió cuando necesitaba un amigo. Tus gentiles ojos eran severos cuando necesitaba una lección. Tu fuerza y amor me han guiado y me han dado alas para volar. - Sarah Malin

Por María V. Pitarch