Ciencia y filosofía




Resumiré en este primer párrafo los temas que no voy a tratar. No voy a regodearme en unas elecciones ya pasadas de moda, ni en lo peligroso de los discursos de odio, ni en la aburrida crispación social en torno a la crispación política. Tampoco voy a hablar de lo alarmado que estoy por el coronavirus, ni de lo desalarmado que voy a estar dentro de tres días. No me apetece hablar sobre las secuelas físicas o emocionales del maldito virus, ni de lo difícil que es silbar con mascarilla. De estas y muchas otras cosas estoy aburrido. Hoy prefiero hablar sobre el futuro.

Me temo que el futuro es poco concreto, poliédrico e imprevisible; así que, afinemos un poco más. Quiero hablaros sobre mi pasado reciente y el futuro de un proyecto gestado desde la universidad pública, un título de posgrado que lleva por nombre Ciencia y Filosofía: Construyendo el futuro. Este máster propio ofrece “un análisis de conjunto del estado global de la ciencia y de la tecnología actuales, así como de sus implicaciones filosóficas, éticas, jurídicas, políticas, económicas y sociales a la vez que le prepara para mejor encarar los nuevos desafíos surgidos de las cuestiones planteadas”.

Este largo epíteto define a la perfección lo que este máster nos está ofreciendo a aquellos que nos hemos aventurado a cursarlo en su primera edición, durante el curso 2020/2021. La presencia de este tipo de programas interdisciplinares se hace imprescindible en la sociedad contemporánea. El progreso exponencial al que estamos expuestos, sobrepasa con creces nuestra capacidad de adaptación y regulación. Por eso es tan importante que aparezcan espacios como este. Porque lo eco -ecológico y económico- necesita una hábil modulación para que la vida y el progreso sigan siendo compatibles. Las crisis que estamos sufriendo son un aviso de lo que puede suceder mañana. Una mirada humanística y pragmática de la ciencia es necesaria para que podamos seguir disfrutando del nivel de vida que ostentamos a día de hoy. Para que sepamos distinguir de lo bueno, lo mejor.


Lo bueno

Lo bueno son las ganas de generar espacios compartidos, de buscar soluciones multidisciplinares a problemas aparentemente específicos. Hablo de este máster por cercanía, pero cualquier iniciativa que trate de trazar puentes entre disciplinas debería generar alegría y admiración. La capacidad de socializar y de interrelacionarnos es la clave de la evolución del ser humano. Sin la colaboración perderíamos gran parte de nuestras capacidades “humanas”. Por ello, resulta exasperante observar la división estanca entre disciplinas que impera a día de hoy en el mundo académico. Poco a poco han de surgir iniciativas, no solo interdisciplinares, sino transdisciplinares, que sepan plantearse las preguntas adecuadas y tengan una aproximación holística a las respuestas.

Si algo he aprendido estos últimos meses es que no hay conocimiento sin duda. Que aquello que conocemos y que identificamos como verdadero es aquello en lo que tenemos una creencia muy firme. Que los pactos que hacemos hoy son las verdades instrumentales de mañana. En definitiva, que el conocimiento segmentado y especializado en el que impera la verdad ha de estar subordinado a las necesidades del ser humano. Por eso ciencia y filosofía. Para comprender el mundo y saber orientar el conocimiento hacia el beneficio de todos. Me decía un amigo el otro día que esa orientación ha de pasar por la Prudencia, la Justicia, la Fortaleza y la Templanza. Y yo estoy de acuerdo en que sólo a través de estas virtudes podremos distinguir lo bueno y ponerlo en práctica.


Lo mejor

Como siempre, lo mejor es la experiencia. Lo vivido en primera persona y las relaciones con los demás. Lo mejor es que cuando uno se enfrenta a cualquier reto, las personas que encuentra en el camino son el fin en sí mismo, y, el reto, una excusa para seguir generando conocimiento compartido sobre el mundo en el que vivimos. En mi caso, lo mejor es que estoy compartiendo la experiencia de este máster con personas de toda índole y condición. Un profesor, una ingeniera, un sociólogo, un hombre de leyes, una mujer de filosofías… Hay alumnos que son optimistas, críticos, escépticos, ingenuos, inteligentes, altos, bajos, hijos, padres, abuelos; y cada uno ha encontrado una motivación distinta para participar. Al final, el denominador común parece haber sido la curiosidad y las ganas de conocer. La riqueza y pluralidad del grupo se corresponden con las del programa del máster.

El objetivo de un proyecto como este, pionero en España, es ofrecer una formación interdisciplinar pero también el de ser “un lugar de encuentro, discusión y debate entre quienes trabajan en sectores punteros de la ciencia, y quienes están en condiciones de pensar sobre sus profundas implicaciones”. Quizás el potencial de este máster no radique sólo en lo que aprendan los alumnos, sino en lo que lleguen a compartir los docentes. Muchos expertos, reconocidos en sus campos de investigación, están deseosos de poder cruzar argumentos, ideas y proyectos con personas que puedan aportar nuevos enfoques. Al igual que en la política, en la academia falta mucho diálogo y sobran posturas cerradas. A “lo mejor” no se llega nunca por la vía de la competición, y esto lo saben muy bien los biólogos. Las mayores revoluciones, los conocidos como cambios de paradigma, surgen de la mezcla. Aprender a combinar las fortalezas de cada enfoque sea, quizás, una de las grandes tareas pendientes a desarrollar por los que habitamos este siglo XXI.

En lo personal y siendo sincero, para mí el máster está siendo un capricho, un lujo y una suerte. Se lo recomiendo a cualquier persona con curiosidad y ganas de comprender el mundo que viene. ¡Corred la voz! Necesitamos proyectos interdisciplinares, pero necesitamos con mayor urgencia si cabe personas que se impliquen en estos proyectos y contagien la necesidad de una ciencia más humana y de unas humanidades más científicas.


Por Juan Cabrera