El dilema de pensar en todos




A bird's eye view of a community in New Harmony, Indiana, United States, as proposed by Robert Owen – F. Bate

A lo largo de la historia, los seres humanos han luchado de manera incansable por encontrar el equilibrio social perfecto sobre el que sentar las bases de la convivencia. Hemos intentado encontrar un modelo que constituya la perfecta conjunción entre el “Yo” y el “Nosotros” sin resultar excesivamente invasivo como para poder soportarlo. Un modelo que sea el punto de encuentro idóneo entre la soledad/individualismo y la comunidad la cual, no olvidemos, garantiza nuestra supervivencia. 

Decir que los humanos somos seres sociales me resulta curioso cuanto menos. Hemos decidido dedicar la inmensa mayoría de nuestra existencia precisamente a limitar las relaciones sociales para asegurar la supervivencia de nuestro Yo. Un Yo que se presenta como un valor único e irrepetible frente al resto de componentes de la comunidad. Somos individuales por convicción y sociales por necesidad. O al menos es una forma de verlo. Como resultado, hemos reflexionado hasta la saciedad para calcular el punto exacto al que llegar sin sentirnos invadidos por nuestro contexto. Para ello, hemos inventado diversos mecanismos (en esencia Contratos Sociales) que regulan y limitan nuestro tiempo en la Tierra. 

En el siglo XIX, surge una corriente de intelectuales que se lanza a dejar atrás la teoría y pasar a la acción. Deciden poner a prueba los modelos más innovadores de Comunidad con el objetivo de comprobar su efectividad y probar su supervivencia con sujetos reales. Un Robert Owen cansado de los nuevos valores capitalistas cada vez más fuertes en su natal Reino Unido a causa de la Revolución Industrial, decide emprender un viaje en busca de nuevos modelos sociales. Este sentimiento romántico que surge en él tras la caída de Napoleón en 1815, le llevará a viajar por Europa y, finalmente, tantear la idea de cruzar el charco y asentarse en Estados Unidos. Allí, dada su elevada posición social, compra un pueblo entero (Harmony, Indiana) y lo rebautiza como New Harmony para probar sus rompedoras ideas socialistas. En 1825, da comienzo el experimento. 

Owen basa la convivencia en New Harmony en una constitución que denomina la Declaración de Independencia Mental. Este Contrato Social establece las bases de la convivencia en la comuna y sirve a su autor como manifiesto político de su concepto idóneo de sociedad. El objetivo era crear un nuevo modelo de comunidad igualitaria que se deshiciera de la Trinidad de Males que corrompían a la sociedad del momento: la religión tradicional, el matrimonio convencional y la propiedad privada. Sin embargo, la vida de New Harmony fue corta.

En un primer momento, los habitantes del lugar consiguen colaborar y trabajan en pro del bien común. Las tareas son repartidas en función de las habilidades de sus ejecutores. La rueda comienza a girar y todos encuentran su lugar en New Harmony. Sin embargo, los habitantes de la ciudad tenían bagajes culturales diversos y profesaban religiones diferentes. Esto llevó a que los desacuerdos entre los miembros de la comunidad se hicieran cada vez más patentes e insostenibles. 

Una curiosidad, propiciada por la comprobación empírica del funcionamiento de los valores social-comunistas de Owen, atraerá a una horda de intelectuales a vivir en New Harmony. La llegada de estos, que se convertirán en una aplastante mayoría dentro de la comunidad comienza a prever el final del experimento. Los habitantes originales que dedican todo su tiempo al correcto funcionamiento de la comuna ven en este grupo una amenaza a su supervivencia. Esto provocará diferencias entre los grupos que serán irreconciliables. Será entonces cuando New Harmony se convertirá en la personificación del clásico “mucho cacique y poco indio”. Tras tan solo dos años de existencia, Robert Owen se ve obligado a acabar con un sueño por el que tanto había luchado. 

Owen no fue capaz de encontrar ese “equilibrio” perfecto entre el “Yo” y el “Nosotros” que tanto buscó. El problema real es que nosotros, casi 200 años después, nos alejamos cada vez más de encontrarlo. El equilibrio social no es más que una balanza que intenta regular el conflicto entre lo individual (el “Yo” anteriormente mencionado) y lo colectivo (el “Nosotros”). Del mismo modo que el problema de New Harmony fue la exaltación excesiva de la comunidad frente al individuo (por ejemplo, al abolir la propiedad privada), a nosotros nos sucede lo contrario. 

Si pensamos en el individualismo en su máxima expresión hacia el que nos dirigimos, hablamos de una concepción del mundo muy distinta. Hablamos de pensar primero en mí, después en mí y, finalmente, en mí también. Esta idea puede extrapolarse a todos los ámbitos sociales. En redes sociales, vivimos obsesionados por los Me Gusta que la gente da a NUESTRA foto. Muchos incluso sueñan por convertirse en influencers. Influencers no porque aporten algo extraordinario o único a nuestra sociedad, sino por alcanzar fama PARA ELLOS MISMOS sin aportar nada en absoluto a lo que ellos llaman “su comunidad”. En el mundo profesional, cada vez hay más gente dispuesta a dar todo de sí mismos por alcanzar riqueza, fama y éxito, no por ayudar a los demás o proveer a sus seres queridos, sino por y para su disfrute personal. Esto no es negativo en un principio, el problema es todo aquello que puedes llevarte por delante en el proceso. En el mundo político, no creo que merezca la pena ni hablar de ello… El 4 de mayo nos toca volver a las urnas. Ni comunismo, ni libertad, ni democracia, ni fascismo. Ni Vox, ni PP, ni Cs, ni PSOE, ni Podemos, ni Más Madrid… No te olvides, por mucho que pienses que alguno de los grupos te viene bien a TI, piensa en el que realmente piense en todos. A mí me cuesta encontrarlo. 

En resumidas cuentas, hablo de la recuperación del sentimiento de comunidad. Ni en el sentido de Owen, ni en el nuestro. Una vez más hablo de equilibrio. El equilibrio suficiente que nos permita evolucionar y progresar sin dejarnos a nosotros mismos en el camino.

Por Marta Molina Urosa