¿Existen las consecuencias en lo digital?

El otro día me dispuse a buscar algo de entretenimiento en el maravilloso mundo de Netflix cuando apareció ante mí, como si supiera lo que necesitaba (no porque haya visto en los últimos meses cientos de series sobre asesinatos, no, es porque me escuchan), la docuserie sobre el Hotel Cecil y Elisa Lam que cuenta la historia de un hotel lúgubre, algunos dicen que maldito, que presenció la desaparición y luego muerte de una canadiense joven que viajaba sola.

Hasta aquí supongo que no parece nada fuera de lo común, pero si me has leído otras veces, mi querida lectora, sabes que nunca hablo de cosas "normales". ¿Qué sucede en este caso en particular? Que la historia se hace viral. Ains, la viralidad. Ese palabro que muchos ansían y nadie sabe cuántos me gustas son necesarios conseguirlo. Excepto con la COVID que ahora nadie la quiere.

¡ATENCIÓN! Si no lo has visto, por favor, no sigas leyendo porque voy a soltar algunos spoilers. Ve a verlo que son solo cuatro episodios y luego vienes. Te espero.

Puede que conozcas la historia porque hayas visto el vídeo de pasada, pero la docuserie te invita a indagar mucho más acerca de cada uno de los puntos de vista. Hoy me voy a centrar en un punto de vista en particular: el del señor Pablo Vergara y el periodista John Sobhani.

Imagina por un momento que te levantas un día, te pones un café, miras Twitter y tienes cientos de mensajes llamándote asesino, amenazando con matarte... y luego enciendes la tele y ves tu cara en la pantalla porque has matado a una persona en otro país. No sé vosotras, pero yo me vuelvo a dormir pensando que es un sueño.

Pues eso es lo que le pasó a Pablo, que un grupo de ciberinvestigadores, entre los que está el periodista John Sobhani y otra gente que tiene morbo por los casos sin resolver, pero que no tienen ningún tipo de formación, decidieron cogerle como cabeza de turco porque había publicado unos vídeos de rock duro y metal donde hablaba de la muerte y satán y en los que parecía peligroso. ¡OJO! Parecía. Espectacular.

Combo perfecto: gente sin escrúpulos y morbosa + prejuicios.

Va llegando el final de la docuserie y aparece John, que previamente había expresado su obsesión con el caso y su conexión pseudofraternal con la víctima (a la cual no había visto nunca), y dice que es una pena que todo fuera un accidente y que necesitaba que un amigo que vivía en Canadá tocara la tumba de la víctima para poder despedirse.

Claro, ahí me vienen a mí los siete males y digo: ¿Y A PABLO NADIE LE VA A DECIR NADA?

Efectivamente, nadie dijo nada... ¿Cómo puede ser que hayamos perdido tanto el juicio que, aun hundiendo la imagen de una persona por el camino, solo nos importa NUESTRA conexión y NUESTRA sed de morbo?

Por desgracia lo vemos diariamente. Aunque este haya sido uno de los casos más fuertes que he visto, el linchamiento digital (el nuevo linchamiento público) está a la orden del día, pero... ¿y las consecuencias? Y no me meto en libertades de expresión, que eso es otro tema.

¿Cómo puedo decir que un tío es un, y cito, "puto asesino" y que como pise mi país me lo voy a cargar y que no me pase nada? ¿Cuándo hemos llegado al punto de inventar historias para conseguir un puñado de visitas y justificarlo diciendo que lo hace todo el mundo?

¿Dónde están los límites de creerse el próximo Batman? ¿El fin de coger al asesino justifica los medios de víctimas de odio por el camino? Os llevo con pena a mediados de marzo de 2020, ¿os acordáis cuando aquellos “justicieros de balcón” decidían quién podía salir a la calle y quién no y te deseaban la muerte?

Hemos llegado a un punto en el que para que se nos escuche hay que gritar más o hacer más ruido. Y a su vez, estos son los influenciadores de la sociedad (solo hay que mirar hacia el Congreso). ¿No podemos por un momento parar de gritar y centrarnos en escuchar?

Os propongo el mayor ejercicio antilinchamientos de la vida. Cállate. Durante 24 horas, no digas NADA al mundo. Ni un tuit, ni una conversación, ni un whatsapp. NADA. Vas a darte cuenta de dos cosas:

1. Que lo que dices no es tan importante para el mundo.
2. Que al callarte, estás escuchando a otras personas que pueden ser importantes para ti o su mensaje es clave en la actualidad y quizás no gritan tanto.

Personalmente, cada día opino menos y leo más. Aprendo de los que tengo alrededor y siempre intento objetivizar ciertas cosas antes de emitir un juicio. No sé cómo será ese futuro en el que los avatares no paren de decir insultos y los humanos solo tengan sonrisas falsas, pero yo prefiero estar en él lo menos posible. ¿Alguien se une?



Por Carlos Otero