Portada del disco El madrileño, de C. Tangana |
El madrileño, nuevo álbum de C. Tangana, ha irrumpido en la escena cultural con una fuerza descomunal y lo más interesante de su apuesta puede que haya sido la estética y el concepto del disco. Pucho es una figura excepcional dentro de la música de nuestro país, pues habiendo empezado en el rap y alcanzado la fama como cantante de trap, ha decidido volver la mirada hacia sí. En lugar de seguir apostando por lo nuevo, lo inédito o lo rompedor, ha optado por dar un paso atrás. Este nuevo viraje puede ser el más sorprendente de su carrera. El cantante ha ahondado en su pasado y, quizás, haya querido traer al presente lo que se escuchaba durante su juventud en la capital. Muchos de los artistas que colaboran en El madrileño no son españoles, pero sí pueden ser representativos de una ciudad marcada por el multiculturalismo. Madrid se presenta como un cruce de caminos en el que convergen influencias de todo tipo.
Aun así, no parece que C. Tangana dirija su mirada únicamente al centro del país, sino que la estética de todo el disco refleja un gusto por lo español en toda la amplitud de la palabra. Este concepto que vincula las diferentes canciones del disco ya lo encontrábamos en otro de los grandes álbumes de los últimos años: El mal querer de Rosalía. C. Tangana, quien llegó a colaborar en la obra de la artista catalana, se suma ahora a la reivindicación de la España cañí y de la escena musical que lo formó durante sus primeros años. No es que estos dos artistas hayan sido los únicos en utilizar los símbolos españoles en su arte, pero sí han sido quienes los han resignificado, llevándolos al éxito. Ambos han hecho una fusión muy especial en su música, mezclando el uso de samples, común en la música actual, con los sonidos más nostálgicos de géneros como el flamenco o la rumba catalana.
Ahora bien, el hecho de que Pucho haya elegido “El madrileño”, en lugar de “El español” como alias, es algo muy revelador. A pesar de que, efectivamente, haya querido dar una nueva imagen de lo que significa formar parte de este país, ha preferido no reflejarlo en el nombre. ¿Por qué razón? A mi parecer, porque ni siquiera se lo planteó. Como todos nosotros, es totalmente consciente de que si hubiera empleado este pseudónimo habría alejado a una gran parte de su audiencia. Creo que, a pesar de trabajar con el concepto de España, ni siquiera contempló la idea de llamar a su disco “El español”, puesto que era consciente de los inconvenientes que le acarrearía.
Es curioso que asumamos como evidente la controversia en torno a los símbolos de nuestro país, cuando en lugares como EEUU es común que los cantantes utilicen la bandera americana como un elemento dentro de su estética sin que ello les perjudique. Esto nos lleva de nuevo al punto de partida y nos hace recordar qué problema estamos tratando: el problema de España. Esta era la gran preocupación de la Generación del 98, que buscaba un proyecto común que aunara a la nación. La situación ahora es muy diferente, pero la necesidad de abordar este asunto es tan acuciante como lo era entonces. En medio de la vorágine del independentismo catalán y en uno de los momentos más polarizados que se han vivido, los españoles hemos tomado conciencia de que no existe ese proyecto común que vehicule nuestra pertenencia al país. Sin él, nos encontramos a una distancia enorme del resto de ciudadanos y no llegamos a comprender el porqué de nuestra unión. La derecha presume de ser española y saca la bandera al balcón, mientras que la izquierda reniega de dicho nombre y siente rechazo ante la sola visión de sus símbolos, pero ninguna de las dos partes considera a la otra como su comunidad.
En este contexto, artistas como C. Tangana o Rosalía han tratado de jugar con el concepto de España llevando a la popularidad una estética tradicional mezclada con elementos urbanos contemporáneos. La España cañí se ha puesto de moda entre la mayoría de la juventud, algo que no puede hacer más que sorprendernos, pues observamos el resurgir del amor por lo propio en un lugar donde el solo hecho de pronunciar el nombre del país que se habita es objeto de discusión. No se puede decir que la música de estos artistas esté estrechando la fractura entre los diferentes sectores de la nación, pero sí que nos puede hacer sonreír por lo irónico de la situación: un pueblo enemistado que apenas logra seguir existiendo baila junto al ritmo de las nuevas canciones populares.
Por Jaime Cabrera González