El cuadro blanco con un punto azul

Si os digo que el arte es poderosísimo probablemente me digáis una de estas dos cosas: o que el arte es efectivamente poderosísimo, menos su expresión en un cuadro blanco con un punto azul en el medio; o que efectivamente el arte es poderosísimo, no me estás contando nada nuevo, chao. 

Seguramente, si me habéis contestado con la primera seáis de esos que defienden a muerte aquello de “para los gustos colores, sí, pero hay algunos gustos que merecen palos”. Os animo a pensar que si una persona disfruta con el arte contemporáneo, no es alguien que merezca ningún palo, sino alguien que disfruta viendo cómo se rompe con las pautas realistas establecidas. Alguien que disfruta encontrando el arte en una obra precisamente porque quizá no sea tan explícito. 

Si en cambio habéis optado por la segunda opción, y me acusáis de no contaros nada que no sepáis, pues os diré que estáis totalmente en lo cierto porque indudablemente el arte es muy poderoso. Y aquí es cuando os diré que aquellas obras que rompen con lo establecido, aquellas que quizá no transmiten belleza explícita sino que tienen otro fin, son igual de poderosas que el David de Miguel Ángel. 

Tumbados en el césped compartía con un par de amigos una de las conversaciones más íntimas: la existencia de Dios. Y así, mientras tratábamos de entender lo que no se puede entender, mi amiga Carlota concluyó que no le quería dar muchas vueltas pero que, si había una razón por la que creer en Dios, esa razón iba a ser el arte. ¿Cómo iba a ser capaz el ser humano de crear tanta belleza si no? ¿Cómo iba a ser el ser humano capaz de crear algo tan potente que tenga el poder de movilizar a otros si no? Si hay tantísimas obras que transmiten amor y dan ganas de amar (véase los poemas de Antonio Gala), eso quiere decir que tenemos que venir de un ente equivalente al amor, ¿o no? Muchas preguntas que aun así seguiremos tratando de entender, pero el punto es que el arte es tan poderoso, tan íntimo para el alma, que ha conseguido que una persona crea en Dios. 

Carlota, cuando pensaba en Dios, pensaba en el arte perfecto, renacentista pero ahora pensemos en el poder del arte quizás no tan perfecto, del cuadro blanco con el punto azul. Hablemos del poder del arte moderno y contemporáneo. 

En los últimos años la popularidad del arte protesta no ha hecho más que crecer porque son muchas las causas sociales que preocupan especialmente a los jóvenes. Quizá el artista más destacado actualmente sea Banksy. Sus obras callejeras tienen el poder de concienciar sobre distintos motivos alarmantes: desde la tendencia consumista que nos persigue, hasta los conflictos que acontecen alrededor del mundo. Un ejemplo es el conflicto palestino-israelí, el cual Banksy consiguió plasmar de forma clandestina en el territorio. 

De la misma manera en la que el arte que rompe con toda la estética establecida ha sido poderoso para enseñarnos realidades, también el arte ha tenido el poder de ayudarnos a evadirnos de esa misma realidad.

En el siglo XX con las primeras vanguardias y las técnicas de abstracción y suprematismo, empezamos a ver cómo los cuadros presentan imágenes irreconocibles solamente hasta cierto punto. Y es que detrás de las pinturas de Kandinsky o Kazimir Malévich podemos reconocer a dos artistas alejados de corrientes tradicionalistas. Artistas que plasman en su trazo una libertad que poco caracterizaba a su contexto histórico. Una evasión al lienzo para escapar de la realidad de un siglo XX que se tambaleaba. 


Negro y Violeta, por Vasili Kandinsky, 1923 

A raíz de estos ejemplos podemos ver todo lo que puede llegar a conseguir el arte:  visibilizar, empoderar, ayudarnos a escapar, llegarnos hasta muy dentro del alma rozando incluso nuestras creencias,…el arte es tan poderoso que algunos conscientes de ello lo censuran, al arte o al artista en sí mismo. Este fue el caso de Corita Kent. 

Para aquellos que siguen pensando que el arte moderno merece palos voy a sacar el as bajo la manga: las serigrafías de Sister Corita. Monja, activista y artista que revolucionó el arte pop con sus mensajes de paz y amor en sus pancartas y obras. Utilizaba citas bíblicas para militar por la justicia social y animar a otros a hacerlo. No le fue difícil, claro, porque sus obras lanzaban un mensaje potente, actual y acompañado de todo tipo de colores.

Ejemplo de serigrafía de Corita Kent, 1965

Ejemplo de serigrafía de Corita Kent, 1967

Corita fue contemporánea a artistas como Warhol, y otros tantos como Alfred Hitchcock la admiraban. Sin embargo, ¡qué poco la tenemos en cuenta! ¿Quizá por su condición de mujer? ¿Quizá por su condición de monja? No lo sé, pero dudo que sea por falta de valía en sus obras. 

Ella era tan devota como artista, pero decidió dejar los hábitos. Al parecer, sus mensajes críticos acerca de las miserias de la época, como la Guerra de Vietnam, o incluso de miserias actuales como el racismo eran considerados demasiado radicales. Incluso, por una parte de la Iglesia que prefería alejarse de las opiniones de la monja consideradas como “subversivas”. Y es que cómo nos ha gustado censurar el amor desde siempre si no adopta la forma que le queremos dar ¿eh?

Ejemplo de una de las serigrafías de Corita Kent acerca de la Guerra de Vietnam, 1967

Pese a todas las presiones que recibió y a los intentos de acallarla, nadie consiguió censurar a Corita. Tiene que ser realmente difícil estar entre la espada y la pared, elegir a qué dedicar una vocación plena: mi arte o mis creencias. Y especialmente cuando son tus creencias de amor las que inspiran tu arte y tu arte el que inspira amor. 

La “ya no Sister” Corita siguió haciendo arte como le dio la gana y siguió con sus creencias, diciendo no a quienes querían que renegase de ellas. 

Su pop art “espiritual” ejemplifica a la perfección el poder del arte, porque había quienes preferían silenciarlo, vamos, muestra de que este era efectivo. 

Las obras de Miguel Ángel son poderosas, han tocado almas.

Las obras de Kandinsky son poderosas, nos evaden.

Las obras de Banksy son poderosas, nos conciencian.

Las obras de Corita son poderosas, le permitieron opinar. 

De esta forma la conclusión es que el arte nos llena a todos de distintas maneras. Unas expresiones de este quizá nos llenen más que otras, pero, aunque no se entienda el efecto de un cuadro blanco con un punto azul en el centro, quizá al vecino, espectador o artista, si le haya dejado huella. El poder del arte. 

He de decir que a mí en lo personal me cuesta muchísimo, pero muchísimo aceptar que un cuadro en blanco se subaste por una millonada. Aunque supongo que esa es otra historia que va más allá del poder del arte, y tendrá que ver con el poder del caché y con el poder de decir sin miramientos “no pues yo… yo tengo un Picasso”. Sin embargo, lo que no puedo negar es que el cambiar ese “buah eso lo hago yo” por un “por qué el artista dibujaría esto” merece la visita al museo, ayuda a abrir la mente y a no acusar a nadie de merecer un palo. 


Por Lucía López Arana