Los monstruos de Chihiro


Monstruos. Así se llama un poema de Gata Cattana. Relata la historia de un miedo que todos hemos sentido, de uno muy concreto y profundo que no puede experimentarse más que en la niñez. El miedo a las criaturas extrañas que nos asaltan en la noche y a las almas vagantes que nos vigilan mientras dormimos. Un terror incontrolable a lo desconocido, que paraliza nuestros sentidos y los esclavizaba, obligándolos a estar siempre alerta cuando nos encontramos a solas. Porque eso era lo peor. Aquellos monstruos ilusorios nos asaltaban siempre cuando no había nadie a nuestro lado. Parecía que esperaban al momento preciso en el que nadie nos oyera si gritábamos.

Al pensar en la infancia y en estos temores, me viene al recuerdo una película que vi cuando aún era muy pequeño para digerirla. El viaje de Chihiro. Aquellos monstruos me acompañaron durante mucho tiempo. Al verla, sentía que había cosas que se me escapaban, que aún no entendía exactamente. Me daba la sensación de que mi familia me había ocultado una realidad terrible que estaba conociendo a través de esa película. Llegué a pensar que las criaturas que veía, aunque ficticias, podían ser representaciones de seres reales. Había una escena en particular que me resultaba imposible de ver y que años después supe que había aterrorizado también al resto de mis amigos. Los padres de la niña protagonista, Chihiro, llegaban a un extraño pueblo donde no había nadie. Encontraban comida en un restaurante vacío y comenzaban a engullirla de una manera inhumana. Tan salvajes eran sus formas, que poco a poco iban tornando sus manos en mugrientas pezuñas y sus caras en hocicos de cerdo. La niña gritaba a sus padres que pararan, pero llegaba un momento en el que dejaban de escucharla y, poco después, de reconocerla. Era aterrador. La ansiedad que producía no puede describirse desde la adultez. Aquel sentimiento de ver a tus padres convertirse en otra cosa, de presenciar cómo pierdes en unos pocos segundos a las personas que más quieres y que te protegen, no podía ser asumida por un niño. Otra escena que me aterrorizaba era una en la que aparecía un bebé espantoso. Chihiro acababa encontrando un hotel que hospedaba a criaturas extrañas. El bebé era hijo de la dueña del hotel. Un niño gigante que se comportaba de forma egoísta y utilizaba a su madre. La imagen me parecía aberrante. Los gestos que normalmente son adorables resultaban monstruosos en esa criatura. Lo tierno y frágil se convertía en perturbador

Años más tarde, después de mis difíciles encuentros con El viaje de Chihiro, mi tío me regaló El castillo ambulante, una película similar a la anterior que había sido creada por el mismo director. Me dijo que el estudio de animación que la había realizado era su favorito: Studio Ghibli. Yo rondaba los 12 años y por aquel entonces el miedo que había sentido había dejado paso a la curiosidad, así que estuve encantado con aquel regalo.  Recuerdo verla por primera vez y quedarme maravillado. Parecía increíble que un mundo con tanto detalle y tan extraño pudiera haber sido creado para una sola película. Tenía que haber más historias ambientadas en aquel lugar, pues tanto esfuerzo en un solo largometraje no podía tener sentido. Cada ser estaba trabajado con detenimiento y cariño, los personajes eran coherentes y con personalidades bien construidas y la animación era espectacular. El cuidado que se había tenido para dar una sensación de inmersión en la historia era asombroso.

En aquel momento comprendí lo que había sentido cuando vi El viaje de Chihiro por primera vez. Se puede tener miedo de algo que nos asusta o de algo que nos parece extraño, pero solo es posible sentir verdadero terror cuando creemos que lo que está pasando es real. Aquella escena de la metamorfosis de padres a cerdos era tan perturbadora por el detalle y la precisión a la hora de animar a los personajes. Si la transformación hubiera sido instantánea o si no se hubieran tomado la molestia de mostrar la angustia de la niña, el resultado no hubiera sido tan verosímil. Lo que da miedo al ver a otra persona pasar por una situación espantosa es la sensación de que eso puede ocurrirte a ti también. A pesar de que aquel era un mundo completamente alejado del nuestro, la coherencia que en él reinaba me hacía ser incapaz de disociarlo de la realidad.

A día de hoy, he de decir que El viaje de Chihiro es una de mis películas favoritas. Dejé atrás el miedo que me suscitaba, y al volver a verla disfruté de una realidad asombrosa que me cautivó. Sin embargo, sé que siempre me traerá a la memoria esa sensación de estar expuesto a lo oscuro, de ser frágil frente a lo desconocido. Aquella sensación que describía Gata Cattana en su poema estará siempre contenida para mí entre los fotogramas de esta película.

Por Jaime Cabrera González