Reflexión de un personaje ficticio

Fotografía de Alba Bernabé: @alba.bernabe 

Parece que la tecnología y las nuevas formas de tener presente la música no suman, sino que han dañado la manera de escuchar. El ritmo de vida al que una se puede sentir sometida; binario y en 2/4; estático y frenético, se materializa en una constante de no tener tiempo para nada que no se considere productivo, y de tratar sin profundidad la música o cualquier otra producción cultural o artística. Es cierto que la tecnología ha democratizado el plano musical haciendo posible el acceso a realidades diferentes, pero estando la música tan ligada al consumo, lo que encontramos es una oferta masiva que hace necesario invertir mucho tiempo, aparentemente inexistente, en encontrar algo interesante (teniendo en cuenta que el interés está condicionado por el gusto personal). Concretamente digitalizar cada vez más los sonidos y buscar algunos nuevos es perfectamente cuestionable, pero las novedades y los cambios seguirán ocurriendo continuamente. 


La tecnología también ha puesto en evidencia sus limitaciones: la emoción de un directo, las variaciones o improvisaciones, la forma de escuchar música de manera social y no individual, así como el valor de las imperfecciones, son cosas que no puede reemplazar, pero sí puede aportar otras distintas como una mayor experimentación o el acceso a programas gratuitos que permiten la autoproducción, además de poder disfrutar de escuchar música cuando y donde una quiera, por poner algún ejemplo. A veces parece que existe una fina línea imaginaria que separa a las personas que rechazan lo siguiente y a las que lo dan todo por la novedad.


¿Cómo se escucha música? De muchas maneras. Que haya una música de fondo en nuestra vida refleja la evidente necesidad que tenemos de ella, y si inundase todo tipo de momentos, ¿qué pasa? ¿Acaso hay una forma de escuchar única y mejor que las demás?, ¿escuchar mientras haces otra cosa es peor?, ¿acaso una persona sin formación musical no puede estar haciendo una escucha activa?, y más allá de eso, ¿por qué su valor se mide en comprender alteraciones en la armadura o en si produce beneficio económico? Es un error reducir la importancia musical a estos términos que solo manejan o pueden permitirse unos pocos.


Paralelamente, pienso que puedo aplicar las incógnitas al arte en general, concepto difícil de definir. Se dice que el arte es una necesidad del ser humano, y actualmente puede que la música sea la manera más universalizada de comunicación artística frente a otras como la poesía, la pintura o la escultura, quizá porque el formato resulta más atractivo o sencillo. Pero estoy segura de que un poeta encontraría estas mismas cualidades en la poesía que le mueve a él. En relación con la palabra necesidad y con su capacidad comunicativa, me surge una pregunta que me da vueltas a la cabeza, ¿el arte es poderoso?


En mi intento de buscar una respuesta surge un personaje ficticio, pero no muy distinto a ti o a mí. Este personaje se expresa con todo lo que hace, hablando, escribiendo, con su expresión facial, corporal, con sus opiniones; también cuando lee, pinta, discute, y con su arte. Es adicto al arte, intenta dejarlo pero siempre acaba volviendo a coger su guitarra, siempre acaba jugando con el lenguaje y moldeando esa escultura que la semana que viene probablemente tampoco tenga ninguna forma definida. Se pasa los días pensando por qué necesita arte y, de repente, le inunda un pensamiento fugaz. “Si las dinámicas sociales y materiales que me rodean están repletas de plástico, la forma más bonita que encuentro de vivir es en los detalles, en los silencios, entre las líneas, observando y transformando. Arte para mí es un estado de claridad mental desde el que contemplo y puedo combatir, individual y colectivamente todo aquello que rechazo”. 


Parece complejo pero este personaje es simple en realidad. No se rompe mucho la cabeza, solo intenta entenderse y acepta esa sensación indescriptible que se repite cuando vuelve a escuchar esa voz que le susurra cosas a ritmo de bossa nova mientras se lava los dientes frente al espejo, y que solo ocupa cinco minutos de su día. “Es el único momento en el que siento cierta paz. No sé qué tiene pero me atrapa, aunque nunca como una droga que me anestesia y me abstrae de la realidad. Me atrapa porque me despierta, me despeja, me aporta espacios de maniobra, porque arte es y debe ser sinónimo de sinceridad, organicidad, y no de plástico. En eso reside su poder, o el que ejerce en mí. Por eso creo que inspira cambios, conecta ideas y a personas que hacen cosas o lo intentan”. El único consejo que puede articular este personaje es: “Escucha como quieras, de todas las formas posibles. Canta, pinta, baila todo lo que te sea posible y comparte tu espacio para hacerlo nuestro”. Se mira al espejo, escucha a su hermana pidiéndole que quite la música porque es muy temprano, y lo hace intentando recordar todo lo que le acaba de pasar por la cabeza. Son las 12:00, no es capaz de llegar a ninguna conclusión y murmura: ''Vaya chorrada, nunca es muy temprano para escuchar'', mientras aísla el sonido en sus cascos.


Por Elena Zaldo