Puede ser un país para jóvenes

En un contexto de noticias económicas negativas debido a la crisis generada por la COVID-19, recientemente ha trascendido que España lidera el ranking de porcentaje de menores de 25 años desempleados en la Unión Europea, con un 41,7%: aproximadamente uno de cada dos jóvenes que busca trabajo no lo encuentra. 

Si bien España ha sido uno de los países más golpeados por la pandemia mundial, ésta no ha hecho sino acrecentar el problema de fondo que sufre con el paro estructural y que golpea con especial dureza a los más jóvenes, superando el 50% de desempleo para este colectivo durante la crisis de 2008 y no habiendo conseguido reducir esta tasa por debajo del 30% ni en el punto más álgido de la recuperación posterior. La extraordinaria tasa de desempleo tiene unos efectos muy nocivos en una generación que se encuentra en la búsqueda de sus primeras oportunidades laborales: presión de salarios a la baja, insuficiente renta disponible para independizarse, exclusión duradera del mercado, malas condiciones laborales, etc., que se perpetúan en el tiempo y dejan una cicatriz en las posibilidades de los jóvenes de asentar su vida. 

Las causas que nos han traído a esta situación son múltiples, desde un Estado que redistribuye recursos públicos a los que mejor están (el sistema público de pensiones está generando una transferencia de riqueza intergeneracional difícilmente sostenible en el tiempo) hasta una legislación laboral que incentiva la contratación temporal que suele sufrir la juventud mientras protege a los trabajadores más veteranos con contrato indefinido, que se benefician de unas elevadas indemnizaciones por despido. Dentro de este conjunto de causas, cabe destacar el papel deficiente de la educación pública, especialmente la de carácter universitario, en tanto que es la que comunica directamente con el mercado laboral.

La universidad pública en España ha experimentado una gran expansión en las últimas décadas, con el objetivo de hacer accesible los estudios universitarios a cualquier joven, independientemente de su condición. Este fin, a priori positivo, se ha traducido en ciertas deficiencias. 

Por un lado, se ha producido un aumento injustificado del número de carreras universitarias, muchas de ellas con unos muy bajos resultados de inserción laboral. Si bien las Artes, Humanidades y Ciencias Sociales son necesarias, la explosión de oferta, desvinculada de la demanda de mercado, supone una asignación de recursos públicos no optimizada y un grave golpe a los jóvenes que se encuentran abocados al paro o al empleo precario, debido a que no existe salida para aplicar los conocimientos adquiridos.

Además, existe un empobrecimiento de la calidad del contenido curricular, que a su vez no se ha modernizado para adaptarse a una realidad económica que abraza cada vez más rápido la transformación digital y las nuevas tecnologías y donde las soft skills ganan cada vez más peso.

La universidad debe aspirar a transmitir conocimiento y ganas de aprender a los estudiantes que pasen por ella, pero ante todo, debe ser capaz de formar profesionales capaces de ganarse la vida y recuperar la inversión hecha en sus estudios. Para ello, hay cambios que como Consultor de Estrategia con experiencia en educación considero que podrían transformar esta institución.

En el ámbito regional, las Comunidades Autónomas podrían implantar Modelos de Financiación a la universidad pública que repartan una parte sustantiva del presupuesto en función de resultados objetivos y medibles: la inserción laboral de los grados y su desempeño académico.

Por otra parte, es fundamental la apuesta por una educación mixta, digital-presencial (blended education) que incremente los recursos docentes, facilite el aprendizaje teórico al alumno y libere recursos para una enseñanza práctica más directa y personalizada.

Finalmente, existe un gran potencial de mejora en la integración de manera transversal de formación en soft skills en las titulaciones. Hacer trabajos puntuales en grupo y presentaciones tímidas no es suficiente. Para que los egresados se enfrenten con garantías al mercado laboral es necesario que practiquen cómo defender sus ideas con solvencia ante situaciones de presión, cómo coordinar un proyecto en equipo de inicio a fin y cómo estructurar problemas complejos.

La universidad pública puede convertirse en el catalizador de un cambio de modelo productivo en España que, esta vez sí, tenga a los jóvenes en cuenta. Si generamos las oportunidades adecuadas, un país con una educación de mayor calidad, menor desempleo juvenil y mejores salarios es posible.


Por: Ignacio Corroto Gallardo.
Consultor Senior de Estrategia con experiencia en educación y sector público.
Colaborador de Talento para el Futuro.