'Liberté', la utopía de un genio retorcido

Caos, anarquismo, arbitrariedad. Tres ingredientes característicos de Albert Serra, un artista implacable. Sentado frente a un público joven, juguetea con una botella mientras afirma, con rotundidad, la necesidad de aceptar el riesgo, de abrazar el caos y dejarse guiar por la intuición.

Su método de creación es un trasvase de la literatura al cine. Un escritor deja que a través de su mente fluyan recuerdos, experiencias, anécdotas; sus personajes se configuran a medida que la historia avanza, se redescubren, se desarrollan. Serra cree que la materia prima para que el cine también sea una creación dinámica existe: las historias pueden formarse a tiempo real.  

Esta utopía se hace palpable en su última película: Liberté. Para poder afrontar esta obra y no escapar de la sala tras cuarenta minutos de proyección, es interesante conocer cómo la rodó y, sobre todo, por qué lo hizo así.

Serra genera tensión; es su propósito como director. Él no interfiere ni da órdenes a los actores, les deja ser; tan solo determina un contexto que, en el caso de Liberté, es la Francia del siglo XVIII. Así pues, podríamos definir sus obras como una performance nacida de la arbitrariedad. A Serra le aterra la idea de estropear la pureza de su creación. Cuando se rueda él no escucha ni mira las imágenes; lo hace después, en el montaje.

El caos generado por su método de creación después pasa por un método exhaustivo de filtros. El primero de todos ellos es el gusto del director, que selecciona determinados planos en función de detalles totalmente dispares: la luz, la interpretación, el color… Tras ello, se sienta frente a la transcripción de los diálogos y comienza a intentar darle un sentido a aquello que tiene por delante. Presume de trabajar con una materia prima pura e inédita, fruto de no interferir mientras los actores interpretan, respetando su libertad más absoluta y, por tanto, su inspiración natural.

Sus obras son una creación anárquica montadas bajo un método riguroso. Esto es necesario para darle el factor de ficción, que se deja ver a través de los escenarios y vestuarios; solo con la injerencia en el montaje se consigue articular una historia ficcional y alejarse del ensayo/documental. Un método digno de un artista. Extraña en un cineasta que su manera de crear esté basada en la incomunicación y en la intuición; en encontrar imágenes inéditas. Es por su excentricidad que Serra ha sido comparado con pintores como Dalí.

Liberté es una película original y perturbadora. A medida que avanza la noche, la oscuridad atrapa al espectador hasta tal punto que el filme parece observarle a él. Toda la obra está marcada por un ritmo lento y tortuoso, impregnado de sexo y suciedad; ahogado por el silencio. 

El sexo... Serra plantea el sexo como la aceptación de la verdadera arbitrariedad del deseo; abandonarse a uno mismo para ser usado por el otro. Plantea el deseo sexual como un igualador de clases, como el abandono de la propia individualidad. Roza la deshumanización.  

Mañana 15 de noviembre se nos brinda la oportunidad de volver a sentir el cine como una acción colectiva. No solo es un espectáculo lo que sucede en pantalla, también lo es lo que allí ocurre: el público, incómodo ante la propia tensión que genera la desnudez, carraspea, se remueve en los asientos, se levanta... 120 minutos en los que no hay término medio: o sales espantado de la sala o no puedes apartar los ojos de la pantalla.

Liberté no debe ser juzgada simplemente como una película: todo lo que conlleva la convierte en una obra nacida de la utopía de un genio retorcido como es Albert Serra.


Albert Serra en el CICUS (Centro de Iniciativas Culturales de la Universidad de Sevilla) | Andrea Garrido