La timidez castigada

Por Amalia Cid Blasco.
Mis frecuentes reflexiones sobre la timidez empezaron cuando oí a una persona a la que admiro mucho decir que no era algo malo. Sin duda, fue algo que me sorprendió, porque, de alguna manera, hasta entonces había vivido luchando contra esta característica de mi personalidad, en vez de disfrutar de sus ventajas.

La mayoría diría que ser tímido es algo de lo que no estar orgulloso, ya que significa tener miedo a que la gente juzgue negativamente. Los tímidos suelen estar más callados cuando no conocen a las  personas presentes y son tachados de aburridos e insustanciales. Y por ello, escribo este artículo en su defensa. Antes de exaltar su carácter, quisiera sustituir timidez por introversión, una palabra que, a mi juicio, es más correcta para describirlos.

Los introvertidos poseen un mundo interior admirable, saben escuchar, no les importa estar solos -muchas veces lo necesitan- y tienden a ser más reflexivos. No son personas muy sociables, pero según el especialista Jenn Granneman “valoran las relaciones profundas y significativas, les encanta conectarse de manera auténtica y compartir sus ideas en un grupo pequeño.”

Todos los que hayan decidido decirle a una persona que intente no ser tan tímida, aunque lo hicieran con buena intención, deberían replantearse si de verdad supone un problema ser así. De hecho, el problema está en ser impacientes y no querer invertir tiempo extra en conocer a alguien. Si lo que mereciese la pena fuera instantáneo nada tendría sentido.

Castigamos a personas que no tienen miedo al silencio y a la soledad, evitan la superficialidad y disfrutan reflexionando. Todo ello necesario para encontrarse y auto conocerse. Y sin auto conocimiento no hay felicidad.

Fotografía por Amalia Cid.