Sobremesas

Por Rafa Cotarelo.



Todo acontecimiento importante se lleva bien con la comida. Empezando por los bautizos o por los funerales  ̶ en algunas sociedades y culturas estos últimos son todo un festival gastronómico de tartas y empanadas ̶ hasta las premières de cine, las inauguraciones, las entregas de premios, también los cumpleaños, casi todos los eventos se celebran, dependiendo del presupuesto (a veces haciendo sobreesfuerzos) alrededor de una comida, de una cena o de un cocktail, que en castellano también se llama aperitivo, tentempié, refrigerio o directamente vino español, en su versión oficial. La diplomacia y el saber hacer bien recurren a ello. Las firmas de tratados y las cumbres internacionales, las visitas de Estado y las recepciones en todos los palacios culminan en banquete y brindis de soft power.

También las amistades, por ejemplo, se reencuentran así, con o sin mantel, en torno a una mesa o una barra, en una terraza o tras un cristal un mediodía de otoño después de largo tiempo sin verse. A veces, en esos momentos la realidad se contrae, las horas pasan y el tiempo se suspende en una sobremesa. Se relatan anécdotas comunes y no comunes con la mayor vehemencia, se reconstruyen los caminos, se afianzan los puentes. A los halagos sinceros se responde con pullas o aguijones y de vez en cuando hasta puede que uno tenga la suerte de que le regalen algún recuerdo traído de un viaje. El futuro se inventa y se desea. Es fácil en esas circunstancias pasar de los planes a los hechos consumados, del picante de los tacos al genio de Beethoven. Hay quien incluso se emociona al oír hablar con sinceridad del arte y de la música y también a quien le sobran pañuelos de papel para el consuelo; quien defiende a ultranza los agravios a la ética y observa el mundo con los clásicos. Quien toma posición sobre los participantes de un reality y se queja de que la edición pasada fue mejor, quien indaga sobre la vida de los otros sin jamás llegar al chismorreo, quien con memoria aguarda en una vida paralela. Quien simplemente habla de la vida cotidiana y del precio de existir.

Una sobremesa es siempre un exceso lícito, el desbordamiento de un acto limitado, tan accidental como previsible. Toda sobremesa señala un final, la conclusión y cierre de un proceso. Quizás por eso al levantarnos de la mesa, al salir de la casa o del restaurante a la calle, casi siempre sintamos la plenitud algo triste de lo efímero, aunque con convencimiento acabemos por decir: ʽqué bien lo hemos pasadoʼ.