Nunca deja de sorprenderme el poder que tiene el alcohol.
Podría afirmar convencida que el concepto de que alcohol equivale a
felicidad está mucho más conseguido que con Coca-Cola. Pero lo más admirable es
que no es su lema, es mucho más que eso: es un sentimiento, una oda, una idea tan interiorizada
que en muchos casos se piensa que sin esa sustancia que le pone a uno
“contentillo” no se disfrutará de la noche.
![](https://2.bp.blogspot.com/-oTdBzMCLXlo/W849R-6hEbI/AAAAAAAAXQM/Ovzc7HLk-ssbhBaG263OX41XQEyyeB3HgCLcBGAs/s320/WhatsApp%2BImage%2B2018-10-22%2Bat%2B22.54.39.jpeg)
He recibido numerables veces comentarios como “qué borracha
ibas” por no parar de bailar en toda la noche, cuando en realidad no había
bebido una gota de alcohol o que me pregunten sorprendidos que por qué no estoy
bebiendo (dando por hecho que no he podido comprar alcohol y ofreciéndome del
suyo para remediar la tragedia). Y es que se atribuye el no tener miedo a actuar de determinadas maneras inesperadas a estar bajo el efecto del alcohol. Deberíamos poder disfrutar sin él, ser nosotros mismos sin él y bailar sin él.
El alcohol se consume, por lo general, mezclado con
refrescos que ayudan a camuflar su sabor. Se oyen comentarios de que la copa
está demasiado cargada o se ven arcadas después de un chupito. Y por eso me pregunto si detrás de la
actividad de beber hay sentimientos mucho más profundos de lo que creemos:
soledad, tristeza, inseguridad o miedo. O peor aún, lo consumimos sin preguntarnos el porqué, vemos que es lo normal y aceptado.
Bebemos para evadirnos, soportarnos y dejar de ser. No estamos seguros de si verdaderamente nos aceptarán tal y como somos. Y lo que a mí me preocupa es que una gran parte de nuestra sociedad
necesite alcohol para sobrevivir -que no vivir-.
Y tú, ¿por qué bebes?