Nunca deja de sorprenderme el poder que tiene el alcohol.
Podría afirmar convencida que el concepto de que alcohol equivale a
felicidad está mucho más conseguido que con Coca-Cola. Pero lo más admirable es
que no es su lema, es mucho más que eso: es un sentimiento, una oda, una idea tan interiorizada
que en muchos casos se piensa que sin esa sustancia que le pone a uno
“contentillo” no se disfrutará de la noche.
He recibido numerables veces comentarios como “qué borracha
ibas” por no parar de bailar en toda la noche, cuando en realidad no había
bebido una gota de alcohol o que me pregunten sorprendidos que por qué no estoy
bebiendo (dando por hecho que no he podido comprar alcohol y ofreciéndome del
suyo para remediar la tragedia). Y es que se atribuye el no tener miedo a actuar de determinadas maneras inesperadas a estar bajo el efecto del alcohol. Deberíamos poder disfrutar sin él, ser nosotros mismos sin él y bailar sin él.
El alcohol se consume, por lo general, mezclado con
refrescos que ayudan a camuflar su sabor. Se oyen comentarios de que la copa
está demasiado cargada o se ven arcadas después de un chupito. Y por eso me pregunto si detrás de la
actividad de beber hay sentimientos mucho más profundos de lo que creemos:
soledad, tristeza, inseguridad o miedo. O peor aún, lo consumimos sin preguntarnos el porqué, vemos que es lo normal y aceptado.
Bebemos para evadirnos, soportarnos y dejar de ser. No estamos seguros de si verdaderamente nos aceptarán tal y como somos. Y lo que a mí me preocupa es que una gran parte de nuestra sociedad
necesite alcohol para sobrevivir -que no vivir-.
Y tú, ¿por qué bebes?