When I'm 64

Por Ethel Sainz de Vicuña

Cuando escucho esta divertida canción de los Beatles, algo dentro de mí aletea despavorido. Supongo que es la autoconciencia escatológica haciendo de las suyas, despertándose después de largo tiempo dormida tras haber sido sedada por mí en un intento de olvidar que, efectivamente, todo tiene un fin. 

Imagino que el despertador que la ha sacado de su sueño como tirándole un cubo de agua helada encima ha sido el temeroso e infrenable viento que todo lo arrasa. Un viento que acecha sin descanso, esperando al momento oportuno y que, mientras tanto, susurra "Un día dejarás de ser" seguido de una lenta y pausada risa. Este viento sabe cómo camuflarse: es astuto, sigiloso y puede aparecer en cualquier lugar sin haber sido invitado, hasta en una canción de los Beatles. 

"Will you still need me, will you still feed me, when I'm 64?"  Lo cierto es que esta canción con ritmo pegadizo no pretende hacer caer en una crisis existencial a aquellos que la escuchan con sus oídos más vírgenes. Es una canción inocente, entretenida, humilde. Pero, mientras yo la escucho abstraída en mis pensamientos y silbando al son de la feliz melodía, alguien llama a la puerta y yo (tonta de mí) la abro para ser golpeada por un fuerte viento que se mete en mis orejas para aglomerar mi canal auditivo con epitafios como "Toda la magia acaba", "No sentirás de la misma forma con el paso de los años", "No puedes parar el tiempo", "Aunque te enamores, el amor disminuirá", "Todo tiene un fin".

En sus frases encuentro verdades, pero ¿es que tiene que ser así siempre? ¿es que el viento es tan poderoso que no trata solo de erradicar nuestra existencia sino también de hacernos dejar de sentir cosas tan maravillosas que sentimos hoy en día? Me niego a pensar que el amor es cosa de jóvenes y que con el paso de los años se hace menos especial y más una carga inútil y pesada que quita tiempo. El amor da tiempo, el amor ralentiza el tiempo, el amor acelera el tiempo. Y lo mismo puedo decir del pulso: el amor lo acelera y lo ralentiza. El amor da pulso, el amor da vida. Hay veces que luchar por el amor no sirve para nada, pero lo prefiero a abrirle las puertas al viento de par en par para permitirle inundar aquello que me da la mano y evita que me ahogue. 

Sé que el viento ya ha acampado dentro de mí con sus versos tan sombríos, y ojalá pudiera sedarlo para acallar sus amenazas. Pero el viento nunca tiene sueño, nunca descansa. Así que tendré que decidir entre si hacer las paces con él haciéndole un hueco en mi mente o si sedarme a mí misma para vivir ajena a él mientras el reloj repite "tic tac tic tac" esperando volver a sonar para sacudirme de nuevo de mi plácido e ingenuo sueño. No sé qué decidir. Lo único que tengo claro por ahora es que seguiré escuchando a los Beatles.