No hay verano sin acordeón

En esta noche de verano
el calor ralentiza las horas
y el acordeón me visita bajo mi terraza
para llamarme con una romanza veneciana
que llena mi corazón más que nunca
de notas que dejan charcos
de agua fresca y limonada
con sabor a melancolía de tiempos mejores.

El acordeón me acompaña
pero yo no abro la ventana:
siento que solo me visita durante la noche
mientras cada tecla suya es consciente
de que durante el día echo de menos
sus bocanadas de aire; preludios de gritos de libertad.

No obstante, sus lamentos alcalzan mis oídos de anís
y sus cantos llegan a mí, distorsionados por el cristal
de mi ventana.
No sé si es una canción triste o bonita,
ambos adjetivos se me parecen,
se entremezclan en esta noche de verano
en la que me encuentro en la cama
escuchando cómo un acordeón de hace tiempos
toca mi ventana para invitarme a una jarra de cerveza fría,
esperar a los fuegos artificiales,
desear que aparezca alguna estrella fugaz
y hacer las paces.