Libros que arden, almas que mueren

Por Amalia Cid Blasco.


Quizá la literatura sea la manera de escapar de la realidad y hacernos conscientes de otras perspectivas distintas a la nuestra. Puede ser una descripción de lo inimaginable y, por muy contradictorio que parezca, tener una conexión con nuestras vidas. Por ello, quiero hablar de las distopías, que según la Real Academia Española son "la representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana."
Seré pesimista, pero soy una amante de estas sociedades aparentemente inalcanzables, ya que permiten a la humanidad observar sus fallos con otros ojos. Después de haber leído “1984” (Orwell), “Un mundo feliz” (Huxley) y “Fahrenheit 451” (Bradbury) tengo una gran inquietud: que nos convirtamos en autómatas. En las dos primeras, los libros son erradicados para garantizar que la población careciese de conocimiento e ideas que les permitiesen razonar y cuestionar normas establecidas. En la última, tras encontrarse en una situación en la que solo una minoría estaba interesada en ellos, se quemaron con el mismo propósito.
Vivimos creyendo que somos originales, críticos y difíciles de manipular. Lo cierto es que somos más vulnerables que nunca. Y no hace falta quemar ni prohibir libros. Es el pueblo el que está olvidándolos y sustituyéndolos por otras actividades que ofrecen satisfacción instantánea pero poco profunda como las series de televisión o el emborracharse para “estar feliz”. “El porcentaje de jóvenes de 17 años que no lee por placer se ha duplicado en un periodo de 20 años” (National Endowment for the Arts).  
La religión ya no es el opio del pueblo, sino el creer que los libros son un rollo y aceptar el tópico de que los más ignorantes viven mejor. Debería ser el amor a la sabiduría y la búsqueda de la verdad lo que da sentido a nuestra existencia y nos hace verdaderamente felices.
Los libros son los que nos ayudan a dejar de sentirnos vacíos y nos dan alas para pensar distinto de cómo hemos sido educados. Ese es el verdadero desafío, porque la limitación o condicionamiento de la personalidad, impuestos a la colectividad por factores externos sociales y culturales, hace que el poder resida en unos pocos mientras la mayoría vive en la ignorancia y la manipulación.

10 de mayo 1933: quema de libros por los nazis