Quizá la literatura sea la manera
de escapar de la realidad y hacernos conscientes de otras perspectivas distintas a la nuestra. Puede ser
una descripción de lo inimaginable y, por muy contradictorio que parezca, tener una
conexión con nuestras vidas. Por ello, quiero hablar de las distopías, que según
la Real Academia Española son "la representación ficticia de una sociedad futura de características negativas
causantes de la alienación humana."
Seré pesimista, pero soy una
amante de estas sociedades aparentemente inalcanzables, ya que permiten a la
humanidad observar sus fallos con otros ojos. Después de haber leído “1984” (Orwell),
“Un mundo feliz” (Huxley) y “Fahrenheit 451” (Bradbury) tengo una gran
inquietud: que nos convirtamos en autómatas. En las dos primeras, los libros
son erradicados para garantizar que la población careciese de conocimiento e
ideas que les permitiesen razonar y cuestionar normas establecidas. En la última,
tras encontrarse en una situación en la que solo una minoría estaba interesada
en ellos, se quemaron con el mismo propósito.
Vivimos creyendo que somos originales, críticos y difíciles de manipular. Lo cierto es que somos más vulnerables que nunca. Y no hace falta quemar ni prohibir libros. Es el pueblo el que está olvidándolos y sustituyéndolos por otras actividades que ofrecen satisfacción instantánea pero poco profunda como las series de televisión o el emborracharse para “estar feliz”. “El porcentaje de jóvenes de 17 años que no lee por placer se ha duplicado en un periodo de 20 años” (National Endowment for the Arts).
Vivimos creyendo que somos originales, críticos y difíciles de manipular. Lo cierto es que somos más vulnerables que nunca. Y no hace falta quemar ni prohibir libros. Es el pueblo el que está olvidándolos y sustituyéndolos por otras actividades que ofrecen satisfacción instantánea pero poco profunda como las series de televisión o el emborracharse para “estar feliz”. “El porcentaje de jóvenes de 17 años que no lee por placer se ha duplicado en un periodo de 20 años” (National Endowment for the Arts).
La religión ya no es el opio del
pueblo, sino el creer que los libros son un rollo y aceptar el tópico de que los más ignorantes viven
mejor. Debería ser el amor a la sabiduría y la búsqueda de la verdad lo que da
sentido a nuestra existencia y nos hace verdaderamente felices.
Los libros son los que nos ayudan a dejar de sentirnos vacíos y nos dan alas para pensar distinto de cómo hemos
sido educados. Ese es el verdadero desafío, porque la limitación o
condicionamiento de la personalidad, impuestos a la colectividad por factores
externos sociales y culturales, hace que el poder resida en unos pocos mientras
la mayoría vive en la ignorancia y la manipulación.