Baile primaveral



Qué bien que ya llega la primavera,
y que, poco a poco,
ya no hará frío al aire libre.
La naturaleza se prepara para el baile:
los pájaros derriten el duro hielo con sus cantos,
cálidos y melódicos,
mientras el pájaro carpintero marca el compás.
Nos dormimos una noche de adaggio,
y, sin darnos cuenta, amanecimos en un allegro acompañado de una taza de café Vivaldi.
La armonía se respira en el aire,
que nos acaricia con su suave (b)risa.
Nuestra melanina se despierta con los rayos del sol,
porque en él está la clave;
¡si es que es imposible no sacar una sonrisa!
Las rosas empiezan a ponerse guapas
después de este largo sueño,
y, mientras se colocan el colorete,
el polen comienza a caer,
incapaz de mantenerse firme
ante su hermosa belleza.
Y yo las miro,
y ya no temo clavarme sus espinas.
El río produce un sereno cortometraje
en el que los protagonistas son los peces y las piedras.
Y ya no caen copos de nieve,
ahora llueven pétalos de las flores
que bailan un vals al ritmo de Tchaïkovski.

Qué bien que ya, por fin, llega la primavera;
llevaba tiempo escribiéndole cartas,
en espera de una respuesta
que hoy por fin llega a mi buzón
en forma de invitación de baile.
La naturaleza nos abre las puertas
de este jardín del Edén.
Los pájaros se posan en las ramas,
con una dulce y pícara sonrisa,
fardando de sus mejores galas.
Los insectos comparten aperitivos,
y, conversando entre ellos,
de vez en cuando una libélula suelta una risa.
Las abejas tararean una canción
que los claveles conocen bien;
de pronto, alguna tímida gota se abre paso entre los cielos,
para poder  bailar hasta agotarse;
y los frutos nos guiñan un ojo
cuando ven que observamos esta magnífica fiesta,
porque saben que todos pensábamos
que el invierno no se acabaría nunca.
Pero la naturaleza es una buena anfitriona,
y, este, es su mejor truco de magia.