Querido Vincent

Por Ethel Sainz de Vicuña

Querido Vincent Van Gogh;

Tus cuadros no se me borran de la mente, esos que pintaste y que la gente no entendía e ignoraba, aquellos que reflejaban tu forma de pensar y de ver la vida:se han aferrado a mi persona, y creo que incluso tengo una parte de ti dentro de mi. A lo mejor todos tenemos algo de Van Gogh dentro de nosotros.
Me duele pensar lo mal que te lo hicieron pasar aquellos que no entendían tus obras de arte y que, en vez de esforzarse en buscar la profundidad que de ellos irradia, decidieron escudarse tras la cobarde estratagema de llamarte loco y conseguir que tú te sintieras como tal. Pero déjame decirte, Vincent, que si en algún momento llegaste a estarlo, tu mente era excepcionalmente más bonita que cualquiera de los que se hiciera llamar cuerdo.
Eran incapaces de comprender el movimiento de la noche, la hermosura que se encuentra en la simplicidad de los campos de girasoles o en meros jarrones;decían que no tenías talento, pero yo hubiera dado lo que fuera por haber conseguido ver el mundo a través de tus ojos. A pesar de ello, ya considero todo un logro poder vivirlo a través de tus pinceladas.



Dibujaste unas botas desgastadas, mostrando la elegancia de lo sencillo y lo pobre, y el tesoro que suponen para alguien. Unas botas desgastadas-pero no por ello en desuso- que esconden caminos detrás de ellas, que han acompañado a alguien durante una etapa de su vida, viviendo lo mismo que él, siendo sus fieles compañeras que le mantuvieron los pies en la tierra mientras vivía con la mente en el cielo.Dándole patadas a las piedras cuando su dueño se enfadaba; corriendo junto a él en sus repentinos intentos de sentirse libre y luego volviendo a casa para dejarlas junto a la chimenea tras un duro día de experiencias vividas.
Dibujaste tu cuarto, tu lugar seguro, invitando a la gente a conocer tu ambiente del día a día, el territorio en el que podías vivir en una hermosa libertad. En aquel sitio donde supuestamente dormía "un loco" consigues transmitir tranquilidad y orden. Me gusta pensar que sabías que algún día dejarías ese recoveco atrás, y querías darle la importancia que se merecía retratándolo en un lienzo para que, si algo cambiaba, siempre se quedara en tu memoria como un bonito recuerdo de lo que era sentirse en paz con uno mismo y su entorno. Imagino lo importante que debió de ser ese lugar para ti.
Te dibujaste a ti mismo. Todos los cuadros que pintaste debían de hacerte sentir algo. ¿Qué te hizo pensar tu retrato? ¿Viste en él la locura, la soledad, los ojos de un incomprendido? ¿O viste los  ojos llenos de esperanza y de grandeza al ver la belleza que conseguiste transmitir a los pequeños pasajeros que somos y que tenemos la suerte de experimentar nuestra estancia en la vida acompañada de tus cuadros?
Dibujaste a un anciano, agobiado, agarrándose la cabeza y tapándose los ojos durante un momento de bloqueo, de tristeza. ¿Eras tú? ¿Era un reflejo de tu mente?
En un arrebato de ira y locura, te cortaste una oreja; a pesar de todo, debió doler. Solo puedo preguntarme qué sería lo que pasaba por tu mente en aquel momento, ¿tan desesperado estabas por sentir algo más? ¿querías dejar de escuchar aquello que alimentaba tus inseguridades?
Hiciste otro retrato tuyo, con la oreja vendada: mostrando las consecuencias de la locura, pero tu cara igual que antes: el mismo rostro semblante. Intentaste hacer algo para cambiar, sin éxito. Pero Vincent, no debías cambiar nada. El problema no estaba en ti, estaba en los demás.

Me da igual que estuvieras loco o no, puede que sí que lo estuvieras, pero decidiste hacer de tu locura algo bonito. Y si hay que estar loco para conseguir ver el mundo de la forma en la que tú lo veías, ojalá yo llegue a estarlo en algún momento; al fin y al cabo, dicen que   la locura lo cura todo.

Hasta alguna noche estrellada,
Ethel Sainz de Vicuña.