Océano como forma de hogar




El otro día me pidieron que escribiera de mi persona favorita, y cómo no, escribí sobre ti.

Les hablé de aquel día que fuimos a la playa en un intento de huir del duro sol del desierto. En la carretera te apoderaste de los altavoces del coche y solo me dejaste escuchar tus canciones españolas con Jero Romero, Sidone o de La Maravillosa Orquesta del Alcohol. No te preocupes, no se me olvidó hablarles del brillo de tus ojos cuando llegábamos, cuando la carretera terminaba y la costa se acercaba. Recuerdo verte cerrar tus ojos verdes al abrir la ventanilla del coche, y tu sonrisa al sentir la brisa marina sacudiendo tus mejillas.

Cuando llegamos a Hermosa Beach, eran las cinco de la tarde, los duros rayos del sol no dejaban tregua. Nuestra mejor opción fue dar un paseo alrededor del puerto o “pier”, como lo llaman por aquí. Andábamos mientras comíamos uno de esos tacos de pescado que tanto te gustan.

Cuando por fin llegamos a la playa, lo primero que hiciste fue correr lo más rápido posible hacia la orilla para llegar al límite del mar y meterte en el agua dejando las olas mojarte los pies, pero no lo suficiente para que llegaran a tus rodillas. Dejabas tus pies hundirse entre el vaivén de las olas y la arena mojada, cerrabas los ojos y podía ver como te dejabas llevar con el ruido de las olas, los abrías, y tu mirada se hipnotizaba mirando las olas del horizonte romper contra el agua. Respirabas hondo.

Te metiste en el agua mientras encogías los hombros y chillabas como un gatillo por el frío del mar, siempre te gustó ser un poco dramática. Metiste la cabeza entre las olas, y saliste a la superficie, tu pelo mojado caía por tu espalda. Aún con los ojos cerrados, me dijiste que sentías la sal en tus labios, y sonreías. Me hacía gracia ver después esa misma sal entre tus cejas.

Era ya de noche cuando decidimos volver a casa, estábamos exhaustos y me empezaste a confesar secretos, esos que sé que no contarías a cualquiera porque no crees que cualquiera sea capaz de comprenderlos. Me hablabas del vació de la ciudad, de esa parte que le falta y siempre echarás en falta, esa parte que te hace querer regresar al océano y a su brisa salada. Esa parte que te completa al hundir los pies en la arena, esa parte a la que no le importa el porqué, esa que siempre hace bien en lo que se siente mal, que hace que todo este bien, y tranquila, que lo está.

Ella hablaba de conexión, de conexión con el mar, y su necesidad de entrar en sintonía con las olas, levantándose, revolucionándose, crecer y caer, caer con toda la fuerza del universo, contra la misma masa de agua que las había creado y hecho crecer, en contra de todas las leyes de la gravedad. No sé por qué razón sentía necesidad de entrar en sintonía con las olas al romper.

Después de aquello, no pude articular palabra, pero tampoco pude dejar de pensarlo, creo que después de tanto lo llegue a entender; la vida viene del océano, del agua. El agua conecta cada una de las cosas incluso la más remota de este planeta, sin agua no es posible ninguna forma de vida. Y esa agua, es la misma que la hace sentir completa, que le aporta esa parte que tanto añora. 

Llegué a la conclusión de que es una de esas “persona pez” que aunque tengan casa, siempre llamarán al océano “hogar”. Fuera como fuese, mi teoría es que en otra vida ella fue sirena, o quizás pez, o delfín, o puede que alga. Dios sabrá.