7,3%. Los bienes y servicios que consumimos son hoy, de media, un 7,3% más caros que en las mismas fechas el año pasado, según el último dato publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) al cierre del pasado mes de septiembre. Un dato que recoge una subida fuerte de los precios que ha hecho que todos los españoles puedan comprar menos con su dinero que hace un año. Todos los españoles, sí, porque nadie puede escapar de la inflación. La pérdida de poder adquisitivo es porcentualmente la misma, lo que no es igual es el daño que esa pérdida pueda causar en los bolsillos de unos y otros. Hasta ahí la introducción a qué es la inflación y a quién le afecta.
El dato bueno, el rayo de sol en un día nublado, es que la inflación crece con mayor moderación en nuestro país que en otros rincones de la eurozona (un 3,4% menos que la media), en la que Estonia registra un 24,1% o Alemania, la mayor economía europea, cuyo dato inflacionario se sitúa ya en un 10,9%.
El Banco Central Europeo, aterrorizado ante un escenario en el que la inflación siga subiendo sin piedad, subió recientemente los tipos de interés en otro 0,75% hasta el 2%. Es decir, que el coste de financiación, el adquirir un crédito para comprar algo que con tu dinero en caja no quieres o no puedes permitirte, ahora te sale más caro. Así, suben los créditos, suben las hipotecas y, por ello, baja la demanda de bienes de consumo y baja la frecuencia con la que empresas y particulares invierten. Se frena la economía, baja la inflación, los precios se equilibran. Es una medida clásica de política monetaria. Es el plan A ante una subida de precios. Fuerzas un frenazo económico, la gente deja de gastar dinero que no tiene y poco a poco todo vuelve a su cauce normal, que para el BCE significa una inflación interanual del 2%, una cifra que valora como un indicador de que las economías de la eurozona crecen de manera equilibrada.
Ahora bien, el dato español, el hecho de que España, economía europea conocida históricamente por su capacidad de colapso económico, vaya de media mejor que el resto de Europa esclarece a mi parecer una cadena de tres lecturas, digamos imprecisas, por parte del BCE. Una, que no está abordando con la fuerza necesaria el motivo principal de esta inflación, que no es otro que los costes energéticos. Dos, que está tratando una crisis de oferta (demasiados pocos bienes, concretamente energía barata) como una de demanda, (demasiados bienes, véase la burbuja inmobiliaria del 2008) y tres, que sus subidas de tipos no están teniendo los efectos inmediatos deseados sobre la inflación, pero sí están dañando aún más a los bolsillos de los ciudadanos.
El primer punto, y la mayor incoherencia por parte de la Unión Europea, es el de no tener la voluntad política aparente de querer abordar la cuestión central de que las cosas estén como están: los costes energéticos. La energía lleva cara desde hace algún tiempo, concretamente desde que la pandemia paró la demanda de combustibles fósiles debido al frenazo de las cadenas de suministro como consecuencia de las restricciones del COVID. Los productores de combustible y gas natural redujeron drásticamente su producción, ya que sólo necesitaban satisfacer la demanda de las cadenas de suministro y trabajadores esenciales. Cuando la pandemia empezó a desvanecerse y la demanda volvió a aumentar, las naciones productoras de gas y petróleo -para sorpresa de nadie- decidieron mantener la producción baja y los precios altos.
Pero esa es sólo una de las raíces del problema, de la que no se debe culpar (tanto) a la UE. El principal problema es, por supuesto, Rusia, o concretamente la dependencia europea de sus vastas reservas de combustibles fósiles. Y de eso sí que tiene la culpa. La extraña espada de doble filo que está empleando Bruselas, suministrando armas para que Ucrania se defienda pero acusando a Rusia de "terrorismo energético" según van cerrando el grifo, es una extraña forma de dispararse en el pie. Simplemente no se puede morder la mano que te da de comer y no esperar que te dé un puñetazo justo después. Sí, la invasión rusa de Ucrania es horrible, pero también lo es que Europa se haya expuesto, cual gato panza arriba, a depender de una nación que durante el último siglo ha visto a Occidente como una antítesis de lo que ellos representan. Algún día, de alguna manera, eso iba a salir mal.
En España, nuestra menor dependencia de los combustibles rusos, la mayor apuesta por las energías renovables, además de las altas temperaturas y la “excepción ibérica” (un tope al precio del gas en el mercado mayorista que solo existe en España y Portugal) ha logrado mitigar, parcialmente, este error estratégico.
La solución más inmediata a este problema es la búsqueda de la paz, e incluso eso no resolvería la cuestión energética por completo, no hasta que Europa se vuelva energéticamente independiente, lo que no sucederá de la noche a la mañana. Así que esa es la principal fuente del problema o el motivo por el que la inflación nos ahoga a todos en este momento, y que seguirá presionando los precios durante los próximos años. La energía nuclear y las renovables son clave por lo tanto para el futuro europeo y no solo cuestiones climáticas.
Una vez establecido el origen y habiendo visto cuál es la fuente óptima para cortar dicha inflación, llegamos a la segunda lectura errónea de la UE: subir los tipos tendrá un efecto muy limitado en la economía y puede que sólo empeore la situación. Sí, la economía de la eurozona se va a ralentizar y sí, se espera que muchos países entren en recesión técnica (dos trimestres consecutivos de crecimiento decreciente) en 2023, pero esa ralentización de la economía sólo va a tener un efecto marginal sobre los precios.
Ya que llegando a nuestro tercer punto, las consecuencias inmediatas de las subidas de tipos no serán un frenazo de la inflación, si no que las hipotecas se encarecerán para los que ya las tienen, no estarán disponibles para los que quieran tenerlas, el paro subirá (por suerte, no a los niveles de 2008-10 que todos recordamos) y los precios seguirán creciendo a no ser que los precios de la energía se desplomen con ellos. Cosa que no ocurrirá, ya que la política monetaria actúa mayoritariamente sobre la demanda y no la oferta, por lo que los precios de la energía y derivados, como los costes de transporte, no bajaran. La única carta con la que juega realmente el BCE es desincentivar el consumo y rezar que el panorama geopolítico internacional vuelva a su no menos tóxico orden pre-COVID y pre-guerra.
En otras palabras, la UE tiene que poner en orden sus prioridades políticas y tener paciencia, buscando un fin del conflicto en Ucrania, apostando por las renovables y frenando nuevas subidas de tipos, a no ser que quieran sumir a Europa en una peligrosa estanflación (bajo crecimiento económico, altos precios y alto desempleo) y, por qué no, también darse cuenta de que no es oro todo lo que reluce, refiriéndome a nuestras relaciones económicas con EE. UU. y la paridad $/€. No son pocos los que buscan que la UE pierda puestos en la clasificación económica mundial y en Washington desde luego no se opondrían a ello. Pero ese es un tema para otra ocasión.
por Mark Kieffer Duarte