Menudo farol

 




A muchos guionistas les gustaría haber escrito historias tan complejas y llenas de giros argumentales como la invasión rusa de Ucrania. Cuando, en la noche del 24 de febrero, Rusia invadió a su vecino, pocos creían que la guerra duraría más de unas pocas semanas o incluso días, y mucho menos que, 8 meses después del conflicto, Kiev empezaría a cambiar las tornas a su favor.

Como sabemos ahora, el blitzkrieg inicial de Putin, que buscaba conquistar Kiev, fracasó estrepitosamente ante una defensa ucraniana que logró interrumpir las líneas de suministro rusas y aislar a sus fuerzas con tanta eficacia que los invasores tuvieron que retirarse del norte y reagruparse en el sur antes de que transcurriese un mes de conflicto. 

La ofensiva por Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, al sureste de Ucrania, tuvo más éxito, conectando la Rusia continental con la península de Crimea y anexionando las naciones más rusófonas de Ucrania.

Sin embargo, en las últimas semanas, las fuerzas rusas han encajado derrota tras derrota, perdiendo terreno a causa de una feroz contraofensiva ucraniana que obligó a Putin a convocar una movilización parcial para reforzar el frente sur.

El ejército ruso, además de haber demostrado estar mucho menos profesionalizado, equipado y organizado de lo que muchos pensaban, se ha topado indirectamente tanto con la destreza técnica de la OTAN como con el látigo económico del mundo occidental. Si en los primeros días de la guerra las fuerzas rusas se enfrentaron a un ejército dotado de material idéntico al suyo, ahora están siendo bombardeadas con artillería de misiles moderna proporcionada por Estados Unidos, obuses móviles franceses y alemanes y sistemas antiaéreos británicos. Un equipamiento que ha marcado la diferencia en el campo de batalla y que, unido a las abismales diferencias en la moral de las tropas, ha conseguido que el ejército ucraniano se acerque a la costa oriental del mar Negro, aún ocupada por Rusia, y a la estratégica ciudad de Jersón, en el delta del Dniéper.

Si hay algo que Putin no tolerará en este conflicto en ningún caso es una derrota militar que haga que la población rusa, ya agitada por un nuevo giro autoritario de su líder y ahora furiosa por el reclutamiento masivo, señale al Kremlin como culpable. Sufriendo constantes pérdidas y teniendo problemas a la hora de establecer líneas defensivas, nadie sabe qué decisión podría tomar Putin a continuación. De momento, el Kremlin intentará recuperar el control del conflicto aglomerando a sus nuevos reclutas en los territorios todavía bajo control ruso, buscando detener a los ucranianos con cantidad, que no calidad. La cuestión es si esta estrategia será suficiente para detener la contraofensiva. En el caso de que no lo sea, Rusia podría sentirse arrinconada.

Una situación a evitar a toda costa, ya que una Rusia carente de alternativas podría poner en riesgo no solo a la paz europea, si no al futuro de la humanidad. Teniendo en cuenta los actuales síntomas de malestar estratégico, como la mencionada movilización parcial y el relanzamiento de la retórica nuclear, cualquier nueva derrota rusa podría empujar al Kremlin a tomar una decisión precipitada. Maltratada por meses de constantes sanciones, la capacidad de Rusia para equipar, formar nuevos reclutas y reconstruir sus fuerzas armadas es limitada. Yendo directamente al grano: sí, ante la falta de alternativas militares convencionales, el uso de un arma nuclear es una posibilidad. Ya lo dijo él la semana pasada, no va de farol. 

Si Moscú se sintiera acorralado, podría decidir probar un arma nuclear en aguas territoriales rusas en el mar Negro con el fin de mandar un serio aviso, lanzar un ataque nuclear limitado para destruir a las tropas ucranianas en torno al territorio que considera suyo, o directamente destruir una ciudad ucraniana. Cualquiera de los tres escenarios, de gravedad creciente, encajaría con la doctrina nuclear rusa heredada de la era soviética que predica que una escalada es el camino más rápido hacia una desescalada. Así, buscaría la rendición inmediata de Ucrania o crear presiones políticas por parte de Occidente para forzar a Ucrania a la sumisión. Lamentablemente, el resultado más probable del uso de un arma nuclear, especialmente si se lanzara sobre suelo ucraniano, sería la entrada de la OTAN en el conflicto, que optaría probablemente por una respuesta no atómica al ataque ruso. Fuese cual fuese la respuesta ante semejante temeridad, la Tercera Guerra Mundial se convertiría en realidad y la probabilidad de un efecto mariposa con consecuencias apocalípticas para la raza humana se dispararía.

Teniendo en cuenta la creciente posibilidad de que se produzca una cadena de acontecimientos tan catastrófica, Occidente debería reflexionar sobre hasta qué punto vale la pena seguir ejerciendo presión sobre Rusia. Esa reflexión podría pasar por reconsiderar seriamente las condiciones de apoyo al esfuerzo bélico ucraniano si no están vinculadas a condiciones de negociación con el invasor ruso. Es decir, que el armamento proporcionado sea entregado a cambio de que, si se diese un estancamiento del conflicto, no se prolongase el conflicto innecesariamente. Esa es la única victoria que puede alcanzar Ucrania. Todo occidente debe tener claro de que un escenario en el que Ucrania recupere los territorios perdidos sin duras represalias rusas, posiblemente nucleares, no existe. Se ha visto en los bombardeos de esta semana en Kiev y muchas otras ciudades en respuesta al ataque al puente de Crimea. Se volverá a ver.

¿Es injusto? Totalmente, pero lo ha sido desde que la primera bota rusa pisó suelo ucraniano y lo será también cuando la última bala sea disparada. Sin embargo, no se trata de justicia, si no de supervivencia. Tanto si Putin va de farol como si no, el riesgo de un conflicto nuclear debería estar por encima de intentar aleccionar y castigar a un estado como el Ruso, que actúa de manera irracional, victimizándose pese a ser el agresor. Ahora, para proteger a Ucrania, esta debe seguir existiendo.

En cualquier caso, independientemente de si esta guerra se acaba pronto como si no, tampoco existen garantías de que Putin, en caso de seguir en el poder, no intentase tomar Ucrania de nuevo más adelante. Ni de que, de no seguir en el trono, su sucesor no intentase acabar lo que él empezó. Así, también es posible que la única consecuencia de no apoyar a Ucrania fuese sentar un peligroso precedente tanto para Rusia como para cualquier otra nación amiga de lo ajeno. A partir de ahí, solo la Unión Europea o una entrada en la OTAN podría proteger a Ucrania de futuras agresiones. Aunque ni la propia OTAN puede ofrecer alguna garantía de que su disuasión sea suficiente para evitar cualquier otro ataque futuro.

Muchas preguntas y ninguna respuesta. Un momento de tensión histórica que solo se puede describir con un término: la incertidumbre total.

por Mark Kieffer Duarte