Comunismo o libertad. Democracia o fascismo. Ultimatums guerracivilistas utilizados como lemas electorales en la campaña madrileña. Ha sido una campaña agresiva, muy directa, llena de acusaciones, llena de declaraciones que rozan el insulto y en la que se ha buscado en todo momento la confrontación y la polémica. Ha sido una campaña muy personal, con choques directos entre viejos y no tan viejos enemigos, con debates que recordaban más a noches de boxeo que discusiones sobre el futuro de más de seis millones de personas. Se tenían ganas. Ha sido una campaña basada en el odio, en la violencia, buscando revivir capítulos de la historia de España que ya se deberían haber dejado atrás. Se lanzaron ladrillos y piedras. Se mandaron amenazas y balas. Ha sido una campaña que poco tenía que ver con Madrid, con los madrileños y sus preocupaciones más pertinentes. Apenas se ha hablado de cómo reflotar la economía madrileña. Apenas se ha hablado de cómo ayudar a todos los madrileños en situación de vulnerabilidad extrema. No se ha hablado de cómo volver a generar empleo o de qué ayudas deben recibir los sectores más afectados. Solo se ha hablado de comunistas y fascistas. Se han abandonado debates. Se ha hecho el ridículo. Poca política y mucha rabia.
Me corrijo, esto no ha sido una campaña electoral. Ha sido un escaparate y termómetro para ver y medir el estado de la democracia en nuestro país. Una democracia que muestra síntomas preocupantes. Si después de las últimas elecciones generales no había quedado claro, espero que ahora sí: la clase política se ha radicalizado hasta niveles intolerables en una sociedad democrática. Estas últimas semanas solo han confirmado una tendencia negativa que nuestra política ha tomado en la última década. Nuestros políticos ya ni siquiera hacen el amago de mostrar interés por el bienestar de sus ciudadanos. Solo les importa alimentar su ego y acaparar portadas. De esta manera, el populismo se ha asentado como la principal ideología partidista. Partidos que antes eran moderados han dejado de serlo, bien por motu proprio o por la necesidad de adaptarse a la tendencia para evitar caer en el olvido. Los que optaron por la moderación han desaparecido, siendo acusados de traidores por aquellos que no tuvieron la personalidad suficiente como para no adaptarse a la moda.
Se habrán fijado que no he mencionado nombres. Todos conocemos a los protagonistas. Algunos de ellos aparecen en la foto que encabeza este artículo. El motivo es simple, no se lo merecen. En el último año casi ninguno ha estado a la altura de los sacrificios que han tenido que acometer los españoles. Yo personalmente siento hartazgo hacia la política y eso es justamente lo que intento transmitir en estas líneas. Se me atraganta y no soy ni mucho menos el único que opina así. Cada vez son más las personas a las que oigo decir que, si pudiesen, no votarían a nadie. Pudiesen, porque se sienten tan hartos como obligados a votar a alguien. Casi todos hemos caído en el juego sucio de la confrontación y hemos escogido un bando por un motivo o por otro.
Pero no votaremos por plena convicción, sino para evitar lo que cada persona ve como un mal mayor. La ideología que prima es la de ‘’más vale malo conocido que malo por conocer’’. Convicciones políticas basadas en el control de daños, en mantener la reputación personal y del partido en el mejor estado posible. Es un panorama muy triste, igual que el de aquellos que votaran en contra de los valores democráticos. Su voto portará el mismo odio que el de los políticos a los que adoran.
Yo iré a votar y tengo claro mi voto, pero no votaré ni en contra del comunismo, ni en contra de la libertad, ni en contra de la democracia, ni en contra del fascismo. Me desmarco totalmente de los gritos guerracivilistas. Sobre todo, no votaré contento. Lo haré preocupado por el rumbo que ha tomado nuestro país, lo haré preocupado por la tensión social que cada vez es más palpable. Queridos madrileños y madrileñas, eviten dar su voto a los radicales. No se dejen llevar por las emociones. Entiendo la rabia, pero es un momento para tener la cabeza fría. Espero también que el perdedor acepte al ganador y cumpla su papel en la oposición como complemento a la gobernanza que los madrileños escojamos mañana en las urnas. Quizás espero demasiado, pero bueno. Mañana será mi vigesimotercer cumpleaños. Las elecciones no evitarán que sople las velas. Todavía tengo que tomar una decisión importante. Tarta de chocolate o tarta de queso.
Por Mark Kieffer Duarte